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Carla Barros Sánchez
noviembre 22, 2023

«QUITADME ESTA CULPA QUE ME ESTÁ AHOGANDO»

Tiempo de lectura: 4 minutos

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.

Hoy dedicaremos este espacio a explorar la naturaleza de la culpa, un sentimiento complejo que puede invadirnos en cualquier momento. De hecho puede que no nos deje indemnes, ya que tal vez tenga un impacto significativo en nuestra salud mental y emocional. 

Cuando hablamos de la culpa, no es difícil que nos venga a la mente un recuerdo, no muy lejano, en el que nos haya invadido esta emoción. Se nos pone un nudo en la garganta, le damos vueltas y más vueltas a lo que hemos hecho y nos planteamos “¿qué hago con esto?, ¿lo dejo pasar? No, tal vez debería decir… No, no puedo decirlo, me verán débil, pero es que ¡no me lo quito de la cabeza!”.

Vale, empecemos por los cimientos: ¿De qué hablo cuando hablo de la culpa?

La culpa es una emoción que surge cuando una persona se percibe responsable de haber cometido un error, una acción inadecuada o algún tipo de omisión, entre otras cosas. Nadie parece librarse de dicha emoción, puesto que estamos ante un sentimiento universal y común en el ser humano. Si bien, no tiene por qué manifestarse de igual forma en todo el mundo, ni en las mismas circunstancias, y la intensidad también es un factor que puede variar incluso en la misma persona según la situación. Aunque parecen tener un destino común en todos nosotros: suele causar daño a otra persona o a uno mismo.

Si lo vemos con un poco más de perspectiva, observamos que se puede tratar de una forma de autocrítica que genera cierta ansiedad y malestar emocional cuando la experimentamos.

Es más, la culpa puede ser real, pero también imaginaria. De hecho, cobra gran relevancia distinguir ambos tipos de culpa con la intención de aprender a esquivar la trampa de la culpabilidad excesiva e irracional; paremos antes de echarnos a nuestras espaldas una carga emocional innecesaria. Cuando hablamos de la culpa real nos referimos a errores o acciones inadecuadas que han causado un daño o perjuicio a otras personas, y que por tanto requieren de una reparación o una disculpa sincera. Por otro lado, la culpa imaginaria es aquella que surge de la interpretación subjetiva de las normas sociales o personales y que no tienen una base objetiva o racional. 

La responsabilidad personal también es un tema relevante en la gestión del sentimiento de la culpa e implica aceptar nuestros errores y aprender de ellos de alguna manera, sin dejarnos arrastrar por ese sentimiento de culpa devastador. Sin embargo, en algunas ocasiones, debemos pararnos a recolocar las responsabilidades, puesto que puede que nos estemos haciendo cargo de algo que no es nuestro y que, por lo tanto, se escapa de nuestro control; ¿qué frustrante verdad? 

Se ha visto que algunas personas ante esta emoción pueden sentirse en el centro del huracán y creer que son responsables de todo lo que sucede a su alrededor. Pero, si nos detenemos un momento a sopesarlo, ¿puede ser esto posible? A veces, de forma inconsciente, y ligado con la responsabilidad que venimos mencionando, la culpa aparece como “mecanismo de control”: si la pelota está en el tejado de la otra persona, yo no puedo hacer nada con ella, y “necesito que esto salga bien”, “necesito que no nos enfademos”, “necesito parar la ansiedad que me entra de  pensar que te vayas de mi vida”, por lo que se acaba intentando “cazar” esa pelota, con la ilusa sensación de control; desde ahí parece que podemos hacer algo, pero ¿qué consecuencias puede tener esto?

Al hilo de la culpa imaginaria y como empezábamos a mencionar anteriormente, se considera que la culpa es una emoción que surge cuando una persona viola normas internas o externas que considera importantes. Es aquí cuando entra la influencia cultural y social en la percepción de la culpa. La forma en que cada persona interpreta y experimenta la culpa puede variar según su contexto. En algunas culturas, la culpa se considera un sentimiento negativo que debe evitarse a toda costa, mientras que en otras se valora como una muestra de responsabilidad y empatía hacia los demás. Por tanto, las normas sociales y las expectativas de la sociedad pueden influir en la percepción de la culpa, generándonos en algunas ocasiones presiones emocionales y psicológicas. Pero, seamos realistas, ¿podemos escapar de la imperfección y la responsabilidad personal? Tal vez, la culpa, aunque pueda parecer que viene a molestarnos, tiene alguna que otra función más.

Vamos a intentar poner paredes a esto: ¿Para qué me sirve la culpa?

Seguramente estaremos de acuerdo en que la culpa es una emoción incómoda, sin embargo podría considerarse una herramienta evolutiva que nos ha permitido a lo largo de la historia de la humanidad fortalecer los lazos sociales. Desde este punto, se ha expuesto que la culpa se muestra como un mecanismo regulador, el cual promueve la cohesión y el comportamiento moral. Cuando experimentamos la culpa después de realizar una acción que infringe las normas éticas o sociales establecidas, estamos activando un sistema interno que nos impulsa a reparar el daño causado, logrando finalmente un mayor bienestar en nosotros mismos, así como en nuestro entorno.

Además, la culpa también puede considerarse un mecanismo de aprendizaje. Al experimentar este sentimiento, se establece una conexión directa entre nuestras acciones y las consecuencias que tienen para los demás. Este vínculo emocional refuerza la comprensión de las normas sociales y éticas, contribuyendo así al desarrollo personal y colectivo.

En última instancia, la culpa desempeña un papel crucial en la evolución cultural y social de la humanidad. Actúa como un freno moral, instando a la autorreflexión y la reparación, fomentando así la construcción y preservación de nuestros vínculos.

Por lo tanto, no parece que el bienestar resida en sacudirnos la culpa, más bien en detectarla, conocerla y valorar hacia dónde nos lleva, para que finalmente consensuemos con nosotros mismos si hacer eso que me viene a la mente me va a dar paz y va a cuidar mis relaciones. Sin embargo, la culpa excesiva, lejos de ser constructiva, puede convertirse en un obstáculo que interfiera en la calidad de nuestra vida y nuestras relaciones interpersonales. Seguramente hayas escuchado esto en una gran cantidad de ocasiones, pero una vez más, y como decía Aristóteles, «en el término medio está la virtud«.

Llegados a este punto, pongamos el techo: ¿a qué reflexión me lleva todo esto?

Aceptar la imperfección humana como fuente de aprendizaje y crecimiento personal es fundamental para abordar el sentimiento de culpa. Es importante comprender que todos cometemos errores y que estos, en muchas ocasiones, pueden ser oportunidades para aprender y mejorar a nivel personal y social. Tal vez esta perspectiva nos permita liberarnos del peso de una culpa excesiva y disfuncional, para avanzar hacia un mayor bienestar.

Carla Barros Sánchez, Psicóloga de PSICARA.

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