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Noelia Ferrer Ber
julio 9, 2025

FRASES QUE MARCAN: LO QUE DECIMOS SIN DARNOS CUENTA

Tiempo de lectura: 3 minutos

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Esta semana hablaremos sobre el impacto que pueden tener ciertos comentarios en la vida de los demás, en concreto, en los menores de edad.

 “¡No es para tanto!”; “Cuando tengas tu casa, haces lo que quieras”; “Tú a tu edad no tienes problemas”; “¡Eres un drama!”; “No sabes hacer nada, ya lo hago yo más rápido”; “Siempre estás igual…”

Cada familia tiene un repertorio de frases que se repiten sin pensar, casi como un eco de otras generaciones. A veces, estas frases parecen inofensivas, incluso educativas. Pero muchas de ellas —repetidas, automáticas y no cuestionadas— terminan dejando una huella profunda en la manera en que niñas, niños y adolescentes se sienten, se perciben y aprenden a relacionarse con sus emociones.

Por un lado está lo que decimos… ¡Qué puede ser con muy buena intención y desde el cariño o la protección! Y por otro lado, lo que realmente transmitimos.

Cuando una madre le dice a su hija “estás exagerando”, probablemente no quiera herirla. Tal vez solo intenta calmarla, bajarle la intensidad del malestar al momento. Sin embargo, lo que la niña escucha puede ser otra cosa: “Mis emociones son inapropiadas”, “no me entienden ni les importa”, “mejor no digo cómo me siento”.

Las frases tienen una carga emocional más potente de lo que a menudo imaginamos. Expresiones que, aunque no buscan dañar, desautorizan o niegan la experiencia emocional del otro. Durante la infancia y la adolescencia, las figuras adultas significativas (especialmente la madre, el padre o quienes cuidan) son referentes clave para entender el mundo y a uno mismo. El modo en que nos hablan se puede convertir, poco a poco, en la voz interior con la que nos hablaremos en el futuro.

Por eso, frases como: “Siempre haces lo mismo”; “Nunca te esfuerzas”; “Eres muy sensible”; “Mira a tu hermano, él sí que…” pueden sembrar inseguridad, vergüenza o miedo al juicio. Además, el verano llega con calor, vacaciones, menos ropa… y más exposición del cuerpo. Sin darnos cuenta, podemos lanzar comentarios que afectan profundamente la relación que niñas, niños y adolescentes desarrollan con su imagen corporal:

“Con ese cuerpo no puedes ponerte eso”; “Te has pasado este curso con la comida, ¿eh?”; “A ver si este verano haces un poco de ejercicio”; “Estás en los huesos… así no vas a lucir cuerpo”; “Mira a ver si comes más porque tan palillo no le vas a gustar a nadie»; “¡Qué bien estás adelgazando!” (aunque suene a elogio, puede reforzar una mirada crítica constante).

Estos comentarios, incluso cuando se hacen en tono de broma, comparación o “cuidado”, pueden dejar marcas más profundas de lo que imaginamos. Recordemos que el cuerpo en la infancia y adolescencia está en transformación, y que la mirada externa puede convertirse en una lupa crítica muy difícil de apagar.

Las palabras también sanan. Del mismo modo que ciertas frases duelen, otras se quedan grabadas como un bálsamo:

 “Estoy contigo”

 “Entiendo que te sientas así”

 “Te quiero, aunque estemos enfadados”

 “Tu cuerpo está bien tal y como es”

“Nuestro cuerpo nos permite hacer muchas cosas”

 “Puedes ponerte lo que te guste, lo importante es cómo te sientas tú”

No siempre sabremos qué decir. Pero sí podemos comunicar desde la empatía, desde el vínculo y el respeto, entonces estaremos dejando huellas que no duelen… sino que cuidan.

No se trata de dramatizar ni de exigirnos una perfección imposible, sino de tomar conciencia del impacto real de nuestras palabras y cómo podrían estar alejando en lugar de acercar.

Noelia Ferrer Ber, psicóloga sanitaria de PSICARA