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Alberto Gracia
julio 23, 2025

BIENVENIDOS AL MUSEO DE «LO QUE NO HAN SOLTADO»: ¿ESTÁN HASTA LOS C*****S PERO NO LO SABEN?

Tiempo de lectura: 4 minutos

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. El artículo de esta semana consiste en una visita guiada por el nuevo Museo de “Lo que no han soltado” abierto hace nada. Concretamente a una rompedora y ligeramente polémica exposición: “¿están hasta los c*****s pero no lo saben?”

Sean ustedes bien recibidos. Aunque no lo sepan, ya han estado aquí antes. No se preocupen si no recuerdan la entrada: muchos visitantes vienen aquí sin saberlo. Este museo no está en ninguna ciudad. No tiene coordenadas. Está en ese rincón de sus mentes al que sólo van cuando les cuesta dormir. Cuando rumian. Cuando evitan. Cuando se quedan más tiempo del necesario en los silencios de lo que fue. Las exposiciones son permanentes. Las salidas, opcionales. Pasen. Los estábamos esperando.

Les presentamos la primera sala: “Los lazos que aprietan sin ser visibles”. Aquí no hay retratos felices, sino rostros desvanecidos en el tiempo y el olvido. Ese grupo de amigos con el que compartieron horas interminables y ahora ni responden mensajes, esas parejas con comportamientos tóxicos que con cada pelea les hicieron sentir que no valían, ese trabajo que ya no soportan, pero sigue ahí, como un ancla invisible. ¿Se han preguntado por qué esos lazos, que quizás deberían haberse roto, siguen tirando de ustedes?

En Psicología, este fenómeno está vinculado, en parte, con el apego ambivalente. Es, de forma simplificada, una forma de vinculación donde el amor y el miedo se mezclan hasta volverse inseparables. Ustedes desean alejarse, pero temen perder la seguridad que, aunque dañina, les dieron refugio alguna vez.

Si se fijan a su derecha pueden ver a Clara. Ella sigue respondiendo mensajes de su expareja, a pesar de que sabe que no la trata bien. Lo hace porque en esos mensajes encuentra un hilo de atención que su autoestima golpeada se niega a soltar, un refuerzo intermitente.

¡Pero en esta sala tenemos más cosas! También está la rumiación: ese círculo mental que gira sin cesar, donde vuelven a pensar en las mismas palabras, las mismas imágenes, las mismas heridas. No avanzan. No sanan. Sólo repiten.

¿Se reconocen en ese estado? Ese apego y esa rumiación actúan como una prisión invisible: quieren libertad, pero la mente repite el mismo capítulo.

¿Les parece si pasamos a la siguiente sala? “La identidad en retazos”. ¿Quiénes son ustedes cuando se quitan las máscaras que les impuso el miedo y la rutina?

Esta sala refleja la fragmentación interna que produce aferrarse a lo conocido, aunque les cause sufrimiento. Aquí se exhibe la disonancia entre el yo ideal y el yo real, ese conflicto entre quiénes quieren ser y quiénes creen que son. Ustedes, tal vez, soñaron con un trabajo que les apasionara, una vida donde pudieran ser libres, tener multitud de amistades y parejas con las y los que hacer planes. Pero hoy, se levantan con una sensación de peso en el pecho, repitiendo la frase: “Al menos es seguro”.

El museo invita a mirar esa frase y reconocer en ella la sombra de la zona de confort: un lugar donde el miedo a lo desconocido es más grande que el deseo de cambiar.

Si se fijan bien, pueden observar al hombre de enfrente suyo. Carlos lleva años en un trabajo que odia. Sabe que cada día le consume parte de su salud mental, pero no lo deja porque “no hay otra opción”. Se convence a sí mismo de que es temporal, pero la temporalidad se ha convertido en una década.

Esta resistencia no es simplemente pereza. Es miedo a perder lo que conoce, aunque sea insatisfactorio. Es una lucha interna donde el autoengaño juega un papel central para protegerse de la ansiedad del cambio.

Continuemos la visita. Si me siguen por aquí podrán entrar a otra de nuestras salas y, personalmente, mi favorita: “La resistencia silenciosa”. ¿Por qué es mi favorita? Porque es esa sala que nadie quiere visitar, la que representa la resistencia al cambio.

Aquí está la puerta cerrada que ustedes evitan mirar. La puerta que esconde sus inseguridades más profundas y sus miedos a la vulnerabilidad. Abrirla significaría enfrentar emociones que han sido negadas o minimizadas por años.

En Psicología, esta resistencia se explica como parte de la ventana de tolerancia emocional: un umbral interno donde el malestar y el sufrimiento es manejable. Más allá de él, el miedo a sentirse sobrepasado bloquea el avance.

Para ello les invito a vislumbrar a Alejandro. Sabe que su relación de años es dañina, pero no se va. No porque no quiera, sino porque la idea de enfrentarse a la soledad y al dolor que supondría la ruptura le parece más insoportable. Así, el miedo paraliza su decisión y perpetúa la situación.

Tal vez les haya llamado la oscuridad que ilumina esta sala. Es cierto, pero también es la que abre la posibilidad real de la transformación. Porque admitir la resistencia suele ser un paso importante para liberarse.

Antes de finalizar me gustaría ofrecerles formar parte de nuestro libro de visitas, en el que vamos escribiendo las voces de quienes nos visitaron antes que ustedes. Frases como: «Sigo esperando que me digan que valgo», «Me aferro a un trabajo que me consume porque temo perder lo poco que tengo» o «Quisiera ser capaz de abrir esa puerta, pero no sé cómo».

¿Se ven reflejados? ¿O tienen una frase propia que todavía no se atreven a escribir? ¿No? Déjenme lanzarles una pregunta que, aunque moleste, es necesaria. ¿Cuánto de lo que arrastran los sostiene y cuánto los entierra?

Y ahora, aquí, parados frente a la salida que siempre ha estado a un paso, deben saber algo crucial: no soltar es cargar con un fantasma que cada día les roba un poco de vida. Soltar no es borrar recuerdos ni apagar el pasado; el libro de visitas va a seguir aquí. Es aprender a visitar esas salas del museo sin quedar atrapado en ellas. Sin ser Clara, Carlos, Alejandro…

Cada minuto que siguen atados a lo que tanto les está doliendo, es un minuto que les roba a la persona que aún podrían ser. No lo olviden: el “dolor” que sienten no es castigo ni destino; es la señal más brutal, pero también más honesta, de que algo dentro de ustedes clama por ser liberado.

Lloren si quieren. Lloren mucho. Y luego, con ese llanto recién nacido, decidan que hoy, aunque asuste, van a abrir esa puerta. Porque solo quienes se atreven a soltar el peso, pueden al fin encontrar el aire suficiente para respirar.

     Alberto Gracia, psicólogo de PSICARA