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Carla Barros Sánchez
julio 30, 2025

CUANDO NO DUELE EL CUERPO, PERO SÍ EL ALMA: LA INTEGRIDAD EMOCIONAL

Tiempo de lectura: 4 minutos

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.

Hay circunstancias en las que el cuerpo no duele, pero sí el alma. A veces no hay gritos, ni golpes, ni puertas que se cierran de un portazo. Pero hay silencios que pesan como ladrillos, palabras que raspan por dentro, miradas que juzgan y gestos que apagan. Es de esto de lo que te quiero hablar hoy.

Hay relaciones que no se ven como «violentas», pero que nos hacen sentir pequeños, confundidos, culpables… y solos, incluso estando acompañados. Relaciones en las que no hay heridas visibles, pero sí un malestar constante, un nudo en el pecho que no sabemos muy bien de dónde viene. Y es que, en nuestra cultura, hemos aprendido a detectar (y rechazar) la violencia física. Y, créeme, eso no solo está bien, sino que ha supuesto un gran paso hacia delante como sociedad. Sin embargo, ¿qué sucede con lo emocional?, ¿qué pasa cuando lo que se rompe no es la piel, sino la seguridad en uno mismo?, ¿qué pasa cuando lo que está en juego no es solo la integridad física, sino también la emocional?

Cuando hablamos de la integridad emocional, hacemos referencia a ese espacio interno que nos permite sentirnos seguros, respetados y valorados en una relación. Es poder ser tú mismo sin miedo al juicio o al castigo emocional. Es sentir que tus emociones importan, que lo que sientes tiene lugar en la relación, aunque a veces no se entienda del todo.

Comprometer la integridad emocional no siempre viene en forma de grandes conflictos. A veces, es sutil. En algunas ocasiones es esa pareja que nunca te insulta, pero constantemente te hace sentir que exageras, que eres “demasiado sensible” o que estás “haciendo un drama de todo”. O ese amigo o amiga que te apoya, siempre y cuando hagas lo que él o ella considera. O esa familia que nunca te pega, pero que te castiga con el silencio cuando no cumples con sus expectativas.

En su libro “Condenados a entendernos”, el psicólogoMansukhani habla de los patrones de vinculación patológica, siendo éstos diversas maneras de relacionarnos que nos atrapan en dinámicas dañinas, a veces sin que nos demos cuenta. Son relaciones que nos restan más de lo que nos suman, pero de las que cuesta salir porque, paradójicamente, también nos hacen sentir “conectados”.

Un ejemplo con el que igual te sientes identificado, o en el que reconoces a alguien de tu entorno, es el de las relaciones donde uno de los dos ejerce un control sutil pero constante. No te prohíbe salir, pero siempre se molesta si lo haces. No te dice directamente cómo vestirte, pero hace comentarios que te hacen dudar. No te grita, pero su desaprobación te pesa como una losa.

Otra forma común es el chantaje emocional. Frases como “si me quisieras, lo harías”, “yo que lo he dado todo por ti” o “sin ti no soy nada” suenan románticas en las películas, pero en la vida real suelen ser señales de alarma. No es amor, es manipulación.

¿Por qué cuesta tanto ver estos patrones? Porque parece que no duelen como un golpe. Porque están tan integrados en nuestra cultura que los vemos como “normales”. Porque creemos que el amor exige sacrificio, y confundimos ceder con dejar de ser nosotros mismos. Porque muchas veces, simplemente, no nos han enseñado a identificar lo que es un vínculo sano.

Además, estos patrones suelen repetirse. Si crecimos en un entorno donde el amor venía acompañado de la culpa, de silencios tensos o de afecto condicionado, es posible que normalicemos esos mismos esquemas en nuestras relaciones adultas.

A veces nos decimos a nosotros mismos cosas como “no es para tanto”, “quizás estoy exagerando” o “hay gente que lo pasa peor”. Y con eso vamos «escondiendo debajo de la alfombra» nuestro dolor, minimizando lo que sentimos. Pero la realidad es que si algo te duele, es válido. Si sientes que algo no está bien, aunque no puedas explicarlo del todo, merece ser escuchado. El maltrato emocional suele ser confuso, porque no grita… susurra. Pero ese susurro constante también desgasta, también deja huella.

Entonces, ¿cómo se ve una relación que cuida la integridad emocional? Una relación sana no es perfecta, pero sí es un lugar seguro. Es donde puedes ser vulnerable sin sentir miedo. Donde puedes decir “esto me dolió” y ser escuchado, no ridiculizado. Donde puedes decir “no” sin que eso implique un castigo emocional.

Una pareja, amigo o familiar que cuida tu integridad emocional, no minimiza lo que sientes. No te hace sentir culpable por tener necesidades. No utiliza tus emociones en tu contra. Te permite crecer, incluso si eso implica cambios. Y, por supuesto, también requiere que tú hagas lo mismo con la otra persona: que se dé una reciprocidad en estos aspectos.

Puede que al leer estas líneas te salte alguna alarma, y está bien. Tomar conciencia para poder acercarnos a cambios que nos hagan sentir en bienestar siempre es un buen punto de partida, aunque en un primer momento nos alcance una oleada de emociones desagradables.

Entonces, ¿qué podemos hacer para romper estos patrones?

  1. Tomar conciencia: Insisto, este es el primer paso para poder hacer algo con ello. Ponerle nombre a lo que sentimos es fundamental. Si algo nos incomoda, aunque no sepamos muy bien por qué, merece ser revisado.
  2. Buscar apoyo: Hablar con amigos, informarnos más sobre relaciones saludables, o acudir a terapia puede ayudarnos a ver lo que solos no estamos pudiendo ver.
  3. Poner límites: Aprender a decir “esto no me hace bien” es un acto de cuidado emocional. Y si la otra persona no lo respeta, es una señal clara.
  4. Revisar nuestras propias conductas: A veces también podemos ser nosotros quienes, sin darnos cuenta, usamos estrategias dañinas para sentirnos seguros. El cambio empieza por dentro.

Por todo ello, cuidar lo invisible a los ojos es tan valioso. La integridad emocional no se ve, pero se siente. Se siente cuando no podemos dormir por una conversación pendiente, cuando callamos por miedo a una reacción, cuando sentimos que, en vez de amar, sobrevivimos.

Hablar de esto es urgente, porque no basta con no hacernos daño físico. Merecemos relaciones donde también cuidemos lo que no se ve: nuestras emociones, nuestro bienestar, nuestra autenticidad.

Carla Barros, Psicóloga de PSICARA