Ir al contenido principal
Yaiza Senar Gutiérrez
junio 11, 2025

LA CULPA EN LA CRIANZA: BRÚJULA Y NO CARGA

Tiempo de lectura: 4 minutos

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.

Si eres padre, madre o persona cuidadora y alguna vez has pensado frases parecidas a estas: “le he gritado otra vez, no quería hacerlo”, “hoy no he tenido paciencia con los deberes”, “le he puesto la tablet para poder hacer la cena, ¿eso me hace mala cuidadora?” o “algo estaré haciendo mal” quizás este artículo te interese.

Una de las emociones que atraviesa la crianza es la culpa. Esa sensación de que, hagas lo que hagas, nunca es suficiente. De que podrías haberlo hecho mejor. Culpa por sentir que trabajas mucho y no pasas el suficiente tiempo de calidad. Por no jugar. Por no tener ganas. Por poner límites. Por no ponerlos. Por dar pantalla. Por no darla. Por no haber hecho una comida saludable. Por haber dejado llorar. Por consolar demasiado. Por no disfrutar lo suficiente. Por disfrutar y sentir que deberías estar haciendo otra cosa. Por todo y por lo contrario.

Hoy criamos bajo un nivel de exigencia importante. Hay que cumplir mil criterios y además, tener vida propia, trabajar, tener pareja, amistades, leer, hacer ejercicio y educar en valores. Y cuando no llegamos, porque a veces es imposible llegar a todo, sentimos que algo falla. Y como no siempre podemos cambiar las circunstancias externas (el trabajo, el cansancio, la logística), nos culpamos a nosotros y nosotras mismas. Como si equivocarse fuese sinónimo de no querer suficiente.

A esta exigencia interna se le suma algo igual de desgastante: la presión y opinión externa. Comentarios de familiares, de otras madres y padres, de profesionales, de desconocidos en redes: “¿todavía no duerme solo?”, “eso es porque no has probado a hacer tal cosa” o “antes no existían tantas tonterías” Estas frases, aunque a veces vengan desde una buena intención, pueden generar mucho malestar. Pueden activar nuestra voz crítica y hacernos dudar mucho de la forma en la que hemos decidido establecer la crianza.

Además, hoy en día hay más información sobre educar que nunca. Libros, cuentas en redes, vídeos o podcasts. Muchas de estas fuentes son valiosas, pero también pueden generar mucho malestar: saturación, contradicción, ansiedad y culpa. Queremos hacerlo bien, pero cada fuente dice algo distinto. Y cuando no logramos seguir todos los consejos, sentimos que fallamos. Incluso la crianza respetuosa, si se convierte en una lista de requisitos imposibles, puede volverse una trampa: otro estándar inalcanzable.

Es importante recordar algo clave: no hace falta hacerlo todo perfecto. Hace falta hacerlo desde el vínculo, desde la presencia posible. Y también, saber filtrar: quedarte con lo que te sirva y soltar lo que no encaje con tu realidad, siempre con el bienestar del menor como brújula.

La culpa, aunque desagradable, tiene una función: es una emoción que nos avisa de que algo no está alineado con nuestros valores. Puede ayudarnos a reflexionar, a reparar, a crecer, a observar si hay cosas que queremos hacer de otra manera. El problema aparece cuando se vuelve crónica, desproporcionada o desconectada de la realidad. Cuando aparece incluso en situaciones donde no hemos hecho nada malo, o cuando no tenemos margen de maniobra para hacerlo mejor. Pasa de ser brújula a convertirse en carga. Una que muchas veces no nos permite disfrutar del vínculo, porque estamos más pendientes de nuestras fallas que de sus necesidades reales.

Hay una gran diferencia entre la culpa paralizante y el compromiso consciente. La culpa dice: “Soy mala madre/mal padre. No valgo.” El compromiso dice: “Esto no ha salido como quería. ¿Qué puedo hacer diferente la próxima vez?”

La culpa castiga. El compromiso cuida. Criar desde el compromiso es aceptar que vamos a fallar, pero que también podemos reparar, aprender y crecer junto a quienes acompañamos. Que no se trata de hacerlo perfecto, sino de estar disponibles.

Algunas ideas para soltar la culpa (sin dejar de ser responsables):

  • Bajar el listón de la perfección. La crianza perfecta no existe. Criamos como podemos, con las herramientas que tenemos, en las condiciones que hay. Y eso ya es mucho.
  • Cuidar también es cuidarse. Un adulto agotado no puede acompañar bien. No es egoísta tomarse un rato para una misma: es necesario.
  • Reparar es más importante que no fallar. Pedir perdón, abrazar y explicar repara más que el intento imposible de no equivocarse nunca.
  • Compararse menos, conectarse más. Infórmate, pero filtra. Quédate con lo que te sume. Tu criatura no necesita una versión ideal de ti: te necesita a ti, tal como eres.
  • Poner el foco en lo esencial. Lo que más necesitan es sentirse queridas, escuchadas y seguras.
  • Observa, cuestiona, elige. Si algo no resuena con tus valores o te das cuenta de que estás repitiendo patrones, tienes derecho a hacerlo diferente.

Si sientes culpa, tal vez es porque te importa. Porque estás intentando hacerlo bien. Porque quieres lo mejor para tu hijo, hija o hije. Y eso ya dice mucho de ti. Recuerda: se hace más sencillo cuidar con ternura si te tratas con esa misma ternura a ti misma. Mírate con los mismos ojos con los que miras a quienes acompañas. No desde la exigencia, sino desde la comprensión.

Criar con conciencia no significa hacerlo perfecto, sino hacerlo presente. Significa aceptar que nos equivocamos, pero que tenemos siempre la posibilidad de reparar y volver a empezar.

Mira todo lo que sí haces. Todo lo que sostienes. Y dite, con cariño: “Lo estoy haciendo lo mejor que puedo. Y eso también es valioso.”

 

Yaiza Senar Gutiérrez, psicóloga de PSICARA

toggle icon