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ABRÍ LAS ALAS, ME LANCÉ AL VUELO Y ENTONCES, COMPRENDÍ TODO

Actualizado: 13 ene 2022

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la psicología. El artículo de hoy está escrito con el fin de crear un espacio para la reflexión y comprensión, y desde ahí elegir nuestro camino.


Cada día puedo ver con más claridad la velocidad a la que el mundo va cambiando. Desde cambios sociales y climáticos hasta políticos y tecnológicos. Es como si el ritmo de la vida se hubiera acelerado de manera exponencial y el tiempo del que disponemos ya no fuera suficiente, la proporción ritmo y tiempo ya no va en sintonía. Me recuerda a una carrera interminable de autoexigencia por hacer más, por vivir rápidamente para cumplir con todas las experiencias posibles antes de que sea demasiado tarde. Pero, ¿tarde para qué? Esta tormenta del hacer nos ha alejado de nuestro centro, de nuestro Ser, y ha cambiado drásticamente nuestro estilo de vida, nos ha hecho perder de vista lo importante.

Muchos de nosotros vivimos en un estado de urgencia, corriendo del trabajo a casa y de casa al trabajo, centrando nuestra energía, tiempo y sentido de vivir en todas esas tareas que tenemos que cumplir de forma automática e inconsciente, con la esperanza de que llegue algún momento en el que el ritmo se pare, por arte de magia o golpe de suerte.


El impacto que estos cambios están generando en nosotros se ve directamente reflejado en nuestra salud mental, y da lugar a una de las epidemias más extendidas de este siglo, compuesta principalmente por cinco grandes plagas: la ansiedad, el estrés, la ira, el insomnio y la depresión. Y con ella todas las consecuencias que acarrean.


Si nos paramos a pensar sobre ello, ninguno de estos problemas encuentra una solución desde el “hacer” automático, pues están directamente relacionados con nuestro mundo interior, con la calidad de nuestros pensamientos, actitudes, emociones y sentimientos. Es en este momento cuando nos damos cuenta de que lo que llevamos buscando toda la vida fuera (sin mucho éxito) – la paz, el amor, la felicidad y la libertad– ya se encuentra dentro de nosotros, mucho más cerca de lo que pensábamos.


Hemos aprendido a vivir de forma totalmente desconectada, desvinculando cada una de las partes que componen nuestro Ser. Todas esas piezas interrelacionadas que forman parte de un todo. Necesitamos conectarnos con las sensaciones de nuestro cuerpo, con nuestras emociones y nuestros pensamientos, para poder llegar a un equilibrio y regulación, pues de otro modo sería como pretender completar un puzzle sin encajar todas las piezas.

Vivimos apegados a nuestros pensamientos, cayendo en la trampa de identificarnos con ellos y olvidando que nosotros somos el pensador, y no los pensamientos. Lo mismo nos ocurre con cualquiera de las otras partes, identificarnos con nuestro dolor físico, con la emoción de ira o con el pensamiento de que “yo no soy suficiente” son algunos de los muchos ejemplos que podemos encontrar en nuestro día a día. Aprender a gestionar nuestras partes sin fusionarlas con nuestro Ser, es un camino que lleva tiempo y esfuerzo, pero nos enseña a vivir plenamente a pesar de los cambios en los que nos veremos inmersos a lo largo del trayecto, consiguiendo un equilibrio y regulaciónque nos permita vivir de forma más satisfactoria.


Cuando nos sentimos bien y nuestro estado emocional está calmado, todo está bien, nos sentimos felices y no queremos que eso termine. Pero cuando llegan los momentos de tensión, miedo, ira, tristeza o cualquier otra emoción que nos genera malestar, reaccionamos negativamente y nos centramos en el escape. Sin darnos cuenta de que esos sentimientos continúan ahí, incomodándonos y generándonos malestar. Un malestar que aumentará cuanto más lo rechacemos. Esta tendencia a la evitaciónestá muy integrada en nuestra sociedad. No hemos aprendido a gestionar el malestar e integrarlo como una parte más de la vida (tal como es), y cada vez que llega, pasamos ese “mal trago” como podemos teniendo la ilusa esperanza de que no nos volveremos a ver inmersos en lo mismo, sin darnos cuenta de que la vida es cíclica, y si no aprendemos a vivir tanto en los momentos agradables como los desagradables, esa maraña que creamos cada vez que nos cae un jarrón de agua fría se enredará más. Pero hay una manera más sana y real de actuar, cambiando el modo en que nos relacionamos con los eventos de nuestra vida, modificando nuestra perspectiva, cultivando la aceptación y dejando espacio para que lo que tenga que pasar ocurra. Adoptando una actitud de aceptación, abrazando todo tipo de experiencias -por más dolorosas que sean-, sin confundirlo con resignación, abandono o pasividad, todo lo contrario. Estar vivos implica sufrimiento y dolor, intentar vivir sin ellos sería como pretender parar las olas del mar. No podemos detenerlas, pero sí está en nuestras manos tomar el timón de nuestro barco y dirigirnos hacia el lugar al que queremos llegar, aprendiendo a navegar, con las olas y tempestades que forman parte del viaje.


El yoga es una de las vías por las que podemos practicar la integración de todos los aspectos que componen el ser humano. El trabajo en nuestro cuerpo será el trampolín que nos llevará al trabajo y cuidado de nuestro interior, logrando ese equilibrio e integración de nuestro cuerpo y nuestra mente.


La práctica de la meditación nos enseña a dar la bienvenida desde un lugar diferente, conectando con la parte más permanente dentro de nosotros: la conciencia de nosotros mismos. Eso que te hace saber que eres la misma persona hoy que cuando tenías 4, 8 o 20 años menos. Lo que piensas y sientes cambia, pero hay algo que te hace saber que eres tú, y no tu amigo o tu madre. Los maestros dicen que, cuando meditamos, volvemos a casa para restablecer nuestro poder original y volvernos los protagonistas de nuestra propia paz y felicidad.


Antiguamente las golondrinaseran la señal para los marineros de que la tierra firme estaba cerca. De que volvían a casa vivos. El mar y sus tormentas no habían podido con ellos. También simbolizan el amor y la lealtad, eligen a una pareja y de por vida la cortejan y vuelan con ella. Es el animal que más distancia recorre en sus migraciones. Va desde el polo norte hasta el sur y hacen ese largo camino repostando en alta mar en el Atlántico. Paran en esas aguas porque son ricas en alimentos para luego poder continuar con un viaje que se torna mucho más difícil. Siguen la ruta hasta el noroeste de África y en Cabo Verde se dividen, una mitad viaja por la costa africana y la otra va por una ruta paralela por la costa este de Suramérica.

Igual que las golondrinas, las mareas de la vida no han podido contigo. Y yo quiero ofrecerte un punto de apoyo para volver a sentir y celebrar que la sacudida de la vida no ha conseguido hundirte. Saber que puedes despegar las alas sabiendo que estamos en algún lugar animando y celebrando ese vuelo trabajado desde la profesionalidad y calor humano. Que la esterilla será tu rico y fértil océano Atlántico. Y entonces, llega un punto donde las personas, como las golondrinas, abren las alas, se lanzan al vuelo y pueden ver con perspectiva el maravilloso paisaje que les rodea, sabiendo que podrán volver a ese lugar seguro cuando lo necesiten. Con horas de vuelo a las espaldas se sienten plenas y libres, en las alegrías pero también en las dificultades.

Desde PSICARA, a través de los programas “PsicoYoga: bienestar psicológico a través del Yoga” y “Meditación Mindfulness para la regulación emocional” te ofrecemos ese lugar seguro y proceso de crecimiento personal que te enseñará a abrir las alas y volar, disfrutando de las vistas maravillosas de la vida.


Beatriz Gonzalvo Iranzo, psicóloga de PSICARA y coordinadora de la sección PsicoYoga y Meditación


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