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APRENDER A SOLTAR

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, los psicólogos y psicólogas de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Hoy vamos a hablar sobre la ruptura de una relación amorosa y el proceso de duelo que la acompaña.


Hay que tener en cuenta que el proceso de ruptura de una relación es doloroso para ambas partes. Por un lado, la persona que deja tiene que asumir la responsabilidad de terminar la relación y puede encontrarse lidiando con sentimientos de inseguridad por haberlo hecho o incluso culpa. Por otro lado, la persona que es dejada tal vez se sienta abandonada, emocionalmente inestable y con la autoestima más baja. Sin embargo, no todas las pérdidas se procesan igual ya que depende de muchas variables como por ejemplo la personalidad, la confianza en uno mismo, el historial afectivo o el sistema de valores.


Cuando se acaba una relación de pareja, suele ser habitual hacer una autoobservación que se hace tanto para bien (por ejemplo darnos cuenta de que es la mejor decisión que podíamos tomar) como para mal (un ejemplo sería ser excesivamente duros con nosotros mismos). En los peores casos, puede convertirse en algo perjudicial para nuestra salud mental. Un ejemplo de esto serían los pensamientos intrusivos del tipo “no me merezco que me quieran” o “nadie va a querer estar conmigo”, los cuales afectan a nuestro autoconcepto.


El proceso de ruptura suele ser difícil ya que hay un componente hormonal y otro racional. Por un lado, la oxitocina y dopamina (hormonas relacionadas con el amor y la felicidad) se dejan de producir para dar lugar a la producción de cortisol (hormona del estrés y la ansiedad). Por otro lado, el componente racional hace referencia a los pensamientos asociados a la ruptura (momentos, sentimientos, sensaciones, etc) que en ocasiones hacen que el proceso sea más doloroso.


Tras la ruptura llega el proceso de duelo, al que hizo referencia Pablo Neruda con su famosa frase “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. El duelo es una forma de despedida y la construcción de una nueva etapa de vida. Aunque este proceso es doloroso, también es un proceso de aprendizaje, de aprender a soltar, a asumir que las cosas han pasado y que no son lo que eran. Además, permite depurar el dolor y restablecer el equilibrio a nivel hormonal.


Muy antiguamente, la corta esperanza de vida junto a los factores culturales hacían que únicamente se tuviera una relación afectiva, cuyo duelo solía coincidir con el duelo por fallecimiento. Actualmente, el aumento de la esperanza de vida y los cambios sociales han hecho posible que el número de relaciones afectivas que podemos establecer sea mayor, lo que implica que muy probablemente tengamos que pasar por el proceso de duelo por rupturas en varias ocasiones. Aunque como hemos comentado al principio, este proceso depende de muchas variables personales, hay una serie de pautas generales que pueden ser útiles para llevar un duelo de manera adecuada:


- Realizar rituales: definidos como actos simbólicos a través de los cuales quedamos en paz con la persona que ya no está. Los rituales permiten aceptar los hechos,

fomentar la expresión del dolor y hacer un “borrón y cuenta nueva” para seguir adelante. La ventaja de los rituales es que puedes crear el tuyo propio. Un ejemplo bastante común son las cartas sin destinatario, que consisten en escribir en un papel todo lo que le dirías a esa persona y posteriormente quemarlo.


- No empezar otra relación y sanar heridas recientes: el duelo es un proceso para dejar atrás el pasado amoroso y sanar heridas pero también necesario para empezar una futura relación de manera saludable. El empezar una relación sin haber superado la anterior puede llevar a estar en una situación en la que se utiliza a otra persona para secarse las lágrimas o llenar un vacío. Es importante tener empatía y pensar en la otra persona implicada, ya que no se merece ser utilizada para olvidar a otra.


- Estar abiertos al cambio: crear nuevos hábitos y rutinas es beneficioso, ya que nos permite obtener estímulos agradables. Además, se sustituyen los hábitos que se han acabado junto a la relación. Un ejemplo sería sustituir los domingos por la tarde que los dedicabas a estar con tu pareja para quedar con tus amigos.


- No idealizar la relación: una de las cosas más comunes al terminar una relación es pensar únicamente en los buenos momentos (por ejemplo los viajes, las risas o las conversaciones agradables), obviando los motivos que han llevado a dejarla. Esto es un mecanismo de defensa que nos sirve para evitar el dolor.


- Tomárselo con calma: el duelo es un proceso que depende de nosotros mismos y por lo tanto podemos seguir el ritmo natural que marque nuestro interior (no tenemos que rendirle cuentas a nadie). La impaciencia por sustituir la pérdida puede llevar a que nos cueste más superar la ruptura.


Aceptar la ruptura con la otra persona no significa que tengamos que odiarla o desearle el mal ya que, en ciertas ocasiones, el odio puede atar igual o más que el amor. Tampoco significa olvidarlo, sino poder recordar todos los momentos vividos sin dolor, con cariño y sin resentimiento. La ruptura de una relación es el fin de una etapa y el inicio de otra, pero no el final de nuestra vida.



Leonardo Alberto Cardona Osorio, psicólogo de PSICARA

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