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¿CÓMO HE LLEGADO YO HASTA AQUÍ? EL SÍNDROME DEL IMPOSTOR

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En esta ocasión me gustaría empezar este espacio lanzándote una pregunta: ¿has sentido, o conoces a alguien que haya sentido alguna vez que no merece sus logros y que tema que, en cualquier momento, se den cuenta de que en realidad es un fraude?


Esto es lo que le pasó a Lucía. A nuestra protagonista se le propuso que asumiera un cargo de dirección en la entidad en la que trabaja a pesar de su corta edad y experiencia, pues había demostrado con sus logros estar a la altura de las circunstancias; entre ellos, a base de investigar y poner en marcha su creatividad, conocimientos e ingenio, llevó a cabo un proyecto desde cero en el que ayudó a muchas personas. Sin embargo, Lucía no sentía lo mismo. A pesar de sacarse una carrera, de mantenerse entre el notable y el sobresaliente, y de recibir un feedback muy satisfactorio durante su estancia en las prácticas, Lucía nunca creyó merecerse la confianza que le otorgaron cuando la contrataron en su primer puesto de trabajo. Había sido una de las pocas que podía decir que ya trabajaba en aquello para lo que se había formado, y en su caso eso le llenaba. Pero no podía desprenderse de un aura oscura que impregnaba su mente con el siguiente pensamiento: “al final se darán cuenta de que no estoy a la altura de sus expectativas, y verán que soy un engaño”. En alguna ocasión, Lucía se veía procrastinando tareas o no terminándolas para así no entrar en contacto con sus emociones. Otras veces dedicaba un número excesivo de horas al trabajo dejando de lado otros ámbitos importantes para ella.


Seguramente, en algún momento, alguien le dirá a Lucía que a eso que describe se le llama Síndrome del Impostor (SI). Nos encontramos ante un patrón de comportamiento en el que oscilan dudas en torno a las propias habilidades, el miedo al fracaso y unas bajas expectativas en cuanto a los resultados que se puedan alcanzar; se experimenta un sentimiento intenso de falsedad o falta de autenticidad con respecto a la imagen de competencia que tenemos de nosotros mismos. Por supuesto, todo ello se mantiene a pesar de la relevante historia de logros que cargamos a nuestros hombros.


En cualquier caso es importante mencionar que no estamos ante una enfermedad, ni tampoco se ha estudiado de forma científica como síndrome. Más bien se podría explicar como una etiqueta que nos ayuda a simplificar y comunicar ese conjunto de sensaciones de inseguridad, concretamente en el ámbito laboral, que nos presiona el pecho y nos hacen sentir minúsculos, como le ocurre a Lucía.


Si nos detenemos en lo que hemos llamado «sensaciones de inseguridad» y te preguntase: ¿qué es para ti la inseguridad?, ¿cómo y cuándo se manifiesta en tu caso?, tal vez nos empezaríamos a sumergir en un mar de dudas ya que nos encontramos ante un concepto bastante abstracto. Pues bien, algunos autores expresan que, una forma de entender esto es a través de la discrepancia entre: 1) lo que creemos de nosotros mismos; el yo interno, 2) lo que mostramos al mundo; mis acciones, y 3) lo que pensamos que causan nuestras acciones en aquellos quienes las observan; nuestro reflejo. ¿Qué sucede con esto? Que cuanto más alejados estén estos aspectos y en mayor conflicto entren, más tensión psicológica se causará. Como consecuencia, mayores niveles de ansiedad, dudas, somatizaciones, pensamientos automáticos, irracionales y distorsionados, que, con gran probabilidad, intentaremos explicar a nuestro entorno bajo el nombre de la inseguridad.


Sin embargo, el Síndrome del Impostor no solo es un posible “error del sistema” de la persona en sí, sino que también se encuentra ligado a las exigencias sociales, que cada vez son mayores. Al final, la sociedad que nos rodea nos empuja a compararnos de forma desfavorable con “modelos perfectos” (e inalcanzables) en muchos ámbitos, tanto a nivel personal como profesional. Si además, a esta realidad social, se le suma una historia de crianza inconsistente, carente de afecto y/o irrespetuosa, nos veremos con una bomba en potencia entre nuestras manos.


Aunque, por otro lado, esta realidad social expresada es ineludible a la condición de estar vivo, ya que todos nosotros somos seres sociales, con la necesidad de pertenencia. Y esto no es algo negativo si le acompaña un buen estado de salud mental, ya que de no ser así puede que cubrir esta necesidad nos lleve a perder nuestra esencia, disfrazándonos de lo que creemos, o mejor dicho, nos hacen creer, lo correcto.


Tampoco podemos dejar de mencionar lo que conocemos como el «locus de control», es decir, la forma en la que atribuimos el hecho de conseguir un logro a nuestra conducta o no. En el caso de las personas que se perciben como impostoras, cuando se encuentran ante un éxito hacen una atribución externa: aquí hablamos de la famosa suerte o del azar, “le podría haber pasado a cualquiera”. Sin embargo, cuando la situación a la que se enfrentan es de fracaso, la atribución se torna interna: en este caso puede aflorar la culpa ante dicho resultado, y con ella los sentimientos de falsedad así como el miedo a que los demás “descubran” que esas habilidades que le otorgan otros son en realidad una pantomima y no la verdadera causa de los resultados que obtiene o del puesto laboral que ahora ocupa.


Y es curioso que, a pesar de los reiterados éxitos conseguidos, este sentimiento de «impostor» no se debilita. Diferentes autores señalan que estas personas muestran un gran ingenio para negar la evidencia contundente de sus habilidades y de desacreditar los comentarios favorables procedentes de los demás. En esta batalla parece ganar la ansiedad inicial generada por los posibles resultados nefastos, las dudas sobre uno mismo y el consiguiente estado de bloqueo a nivel emocional que todo esto genera. Por tanto, ante esta “batalla perdida”, los esfuerzos serán dirigidos a preparase ante la posibilidad del fracaso, sin ser capaces de reparar en nada más allá.


Una vez más, como todo lo que atañe a la salud mental, no se cuenta con una pastilla efectiva que nos quite de encima esa percepción de ser un constante impostor. Pero esto no quita que no podamos trabajar en nosotros mismos para aprender a percibirnos de otra manera, pudiendo empezar por gestionar nuestro mundo interior y aceptarnos, reconociendo y comprendiendo nuestras fortalezas y debilidades, pues todo el mundo cuenta con ellas.


Construir unos cimientos que den forma a una autoimagen más saludable puede ser una buena dirección a seguir. Ni las personas que se nos presentan como “modelos perfectos” se salvan de cometer errores por el camino y detectar imperfecciones en sí mismos, aunque expresemos en voz alta que eso es imposible.


A lo largo de este proceso de deconstrucción, es fundamental pararnos a observar de la forma más objetiva posible nuestros talentos y habilidades. Pues te invito a escribir, desde la honestidad, 1) aquellas cosas en las que no eres tan bueno, 2) aquellas cosas que se te dan “regulinchi”, 3) y aquellas otras en las que realmente brillas. De esta forma podremos poner en perspectiva nuestras capacidades así como nuestros logros.


Y, ¿tenemos que hacer este proceso en solitario? Seguramente contemos con amigos, familiares y/o mentores confiables con los que podemos contrastar y ampliar nuestras miras sobre nosotros mismos, siempre que sumen o sea de forma constructiva. Para ello, generar vínculos auténticos y significativos se revela como clave a la hora de lidiar con los miedos a ser “descubiertos” como impostores y aumentar así nuestro bienestar. Estas relaciones nos proporcionarán un entorno seguro donde poder mostrarnos vulnerables y recibir validación sincera hacia nuestros logros.


“Abraza las dificultades,

asume riesgos controlados,

y aprovecha con curiosidad las oportunidades que se te presentan”

-Emilio Valcarcel-


Carla Barros Sánchez, Psicóloga de PSICARA y coordinadora de Atención Psicológica.



Bibliografía:

Jiménez, E. F., y Moreno, J. B. (2000). El pesimismo defensivo y el síndrome del impostor: análisis de sus componentes afectivos y cognitivos. Revista de psicopatología y psicología clínica, 5(2), 115-130.

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