EL VALOR DEL SUFRIMIENTO
- PSICARA
- 24 abr
- 4 Min. de lectura
Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas/es/os de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En el artículo de hoy os traigo un artículo personal sobre el sufrimiento y el valor del mismo.
¿Qué huella me gustaría dejar como psicóloga? ¿Cómo me gustaría ser recordado como persona? ¿Qué me gusta de mí? ¿Qué deseo, pero me da miedo plantearme en mi vida?
Estas preguntas me las he hecho varias veces en mi vida, de una manera u otra. Y han sido las herramientas que me han dado las respuestas para seguir hacia delante.
Si echo la vista atrás creo recordar el primer momento en el que con 11 años reflexioné sobre el mundo y la vida. Recuerdo estar leyendo por primera vez una novela juvenil por mi propia cuenta y no por obligación. El príncipe de la niebla y el resto de novelas de Carlos Ruiz Zafón me enamoraron y me ayudaron a reforzar el deseo por reflexionar y pararme a hacerme preguntas un poco más profundas.
En la adolescencia, los seres humanos entramos en una vorágine de expectativas de género, normas sociales y búsqueda de identidad por un lado u otro. Y no voy a maquillarme porque yo como adolescente buscaba ser el más chulito.
Nada más empezar 1º de ESO, empecé a fumar cigarrillos, me eché una novia de mi cole y después de saltarme las clases y ser pillado, mi madre me castigó mes y medio sin salir con mis amigos.
Tras ese castigo, recuerdo enamorarme de la saga de Harry Potter y continuar ampliando mi mundo interior. Y como buen adolescente seguía siendo intenso, quejica, infantil y algo rebelde. Gracias a la atención y dedicación que mi madre tenía sobre mí, conseguí centrarme un poco y continuar creciendo disfrutando de la vida.
A los 13 años, mi vida y la de mi familia cambió cuando a mi padre le dio en casa su primer ataque epiléptico. La voz de mi madre gritando asustada me hizo salir corriendo hacia el pasillo a ver qué ocurría. En ese momento mi familia y yo vivimos un bofetón de realidad.
A los siguientes días, los/as/es médicos le comentaron a mi madre que mi padre tenía un tumor cerebral y que debían operarlo de urgencia. El pronóstico de vida que le dieron en secreto a mi madre fue de 10 meses, y los médicos acertaron.
En ese momento en el que la vida te para a través de un diagnóstico, un accidente, un desastre natural es lo que le llamamos en las terapias contextuales una brecha de realidad.
La brecha de realidad tiene diferente tamaño si entre lo que esperamos de la vida y lo que realmente nos da es más grande o más pequeño.
Y tanto para ese adolescente que fui como para todas las personas que tenemos “bofetones de realidad” prematuramente podemos estar perdidos en esa distancia durante mucho tiempo.
Sacar cosas buenas con solo 13 años cuando uno de tus pilares enferma, hizo que mi versión adolescente dejara de pensar y funcionar como tal. Pero, ¿qué se puede preguntar un adolescente cuando siente que su padre va a morir?
Pues no recuerdo bien, pero lo que sí sé es que lo que me ayudó a cerrar esa brecha de realidad fueron acciones dirigidas a hacer compañía a mi padre por las tardes permitiendo que mi madre pudiera cuidar su tiempo libre.
En esos momentos, reflexioné mucho sobre lo poco cariñosos que éramos mi padre y yo antes del cáncer. A partir de entonces, no faltaba un beso y un “te quiero papá” todos los días.
Sin saber la etiqueta que definía las acciones de aquel adolescente, pude paliar la brecha de realidad ya que mis expectativas como hijo estaban adecuadas a la realidad, y esa realidad era que los días de vida de mi padre cada vez eran menos.
Mi brecha se cerraba con cada momento de cariño y vulnerabilidad en el que nos íbamos de paseo en familia, veíamos una peli juntos o íbamos a almorzar con mis tíos.
La persona más importante aquí no sólo es la familia afectada alrededor sino la persona que recibe el bofetón de realidad. Esa persona necesita toda la amabilidad y paciencia tanto de sí mismo/a/e como de los demás.
No sé si te sonará el término compasión ¿puedes definir en voz alta este concepto antes de seguir leyendo por favor?
Puede que te sea complicado, ¿verdad? El significado que la gente le suele dar tiende a estar guiado entre empatizar y tener pena por alguien. Pero la compasión puede estar llena de acciones que la definan. En primer lugar, la palabra proviene del latín, del adverbio com: juntos; y el verbo pati: sufrir. Por lo que literalmente, significa sufrir juntos.
La compasión significa percibir el sufrimiento de otros seres con un espíritu de bondad, cariño, y un genuino deseo de ayudar, dar o apoyar (Harris, 2020).
Pero para una gran parte de la población estar con el sufrimiento ajeno se percibe como incómodo y doloroso. Y muchas personas prefieren obviar las consecuencias de la bofetada.
Desde la compasión y la atención plena podemos ayudarnos a nosotros/as/es mismos/as/es a darnos cuenta que las emociones más dolorosas nos pueden dar más honestidad a nuestras palabras de amor, de agradecimiento y de apoyo.
Gracias a la intensidad del sufrimiento podemos percibir la ayuda de los demás como más valiosa, y nuestras acciones como más valientes y útiles.
No es lo mismo presentarse a una entrevista de trabajo sintiendo inseguridad que sin sentirla. No es lo mismo despedirse por teléfono diciendo rápidamente "ciao te quiero", que decirle que le quieres a tu familiar vulnerable que puede que fallezca pronto.
Y tú, ¿cómo de abierto/a/e has estado a que otras personas estén contigo en tu sufrimiento? ¿A qué nivel de vulnerabilidad crees qué has estado presente con tus seres queridos cuando lo han pasado mal?
Hoy mismo ya es el día en el que puedes plantearte escribirle o preguntarle a alguien que sepas que esté sufriendo que le quieres y le amas.
Y cómo decía Robert Louis Stevenson: "No juzgues cada día por la cosecha que recojas, sino por las semillas que plantes”

Rubén Somalo, psicólogue de PSICARA.
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