top of page
  • Foto del escritorPSICARA

LA FAMILIA

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.

La sangre nos hace parientes, pero el amor nos hace familia”. Este titular que leía el otro día en un medio de divulgación me llevó a reflexionar sobre el concepto de familia. Y es que, analizando el significado del término, vemos la necesidad de hacer de él un concepto amplio y complejo, que trascienda el enlace biológico o legal, así como el hecho de compartir espacio, para centrarse en las relaciones establecidas y los niveles de influencia mutuos. Por tanto, el concepto de familia puede definirse como un conjunto de personas que conviven de manera estable, que establecen vínculos afectivos sólidos y duraderos, que interfieren en el desarrollo personal de forma mutua y en su concepción de la realidad y la capacidad para enfrentarse a ella. Según esta definición, existen numerosos tipos de familia (p. ej.: monoparental, compuesta, extensa, etc.) en los cuales no vamos a detenernos, pero sí me gustaría que, antes de continuar leyendo, te pararas a pensar en la tuya, bien la de origen, aquella de la que procedes desde el nacimiento, bien tu familia creada en caso de tenerla…

Desde el enfoque sistémico y familiar, la familia se concibe como un sistema, es decir, un conjunto de miembros que están en interacción dinámica y continua. Las relaciones son circulares, por lo tanto, lo que hace mi madre me afecta a mí como hija, pero lo que hago yo como hija también afecta a mi madre, y así con todos los miembros del sistema. Estamos organizados para conseguir un fin: garantizar la supervivencia familiar y servir al desarrollo de las necesidades individuales. Es nuestra primera fuente de establecimiento de vínculos afectivos, desde que nacemos y generamos con nuestras figuras de referencia un tipo de apego (otro tema interesante en el que no podemos detenernos más). Estos vínculos nos permiten desarrollarnos dentro de la familia, sentirnos reconocidos y queridos, y nos ofrecen la oportunidad de identificarnos a través de ellos. Nos proporciona un sentimiento de pertenencia, a la vez que nos da un grado de autonomía que permite que podamos diferenciarnos del resto. La combinación de ambos ingredientes da como resultado nuestro sentimiento de identidad.

Aunque cada núcleo familiar es diferente y propone unos patrones específicos, es el primer agente socializador en el que nos desenvolvemos, la primera fuente de aprendizaje que moldea nuestra conducta. Es el contexto inicial donde aprendemos, donde nos desarrollamos, donde comenzamos a conocer la realidad y sus múltiples posibilidades, donde nos relacionamos con los demás, donde observamos las reacciones de las personas ante nuestros propios actos, donde encontramos una fuente de afecto (o no); es el elemento social que nos lleva a descubrir el mundo y la vida. Al crecer, esas relaciones sirven como referente en la construcción de la personalidad, la percepción de la realidad y el conocimiento que desarrollamos sobre ambas ideas.

Asimismo, todas las familias se enfrentan a un desafío común: recorrer un proceso de desarrollo a través de una serie de etapas y experimentar cambios a lo largo del tiempo. Estas etapas o fases son situaciones de riesgo que rompen con la dinámica habitual y cotidiana de la familia y que alteran el funcionamiento. Un ejemplo de ello es el proceso de emancipación de los hijos cuando alcanzan una determinada edad, un hecho previsible dentro de una familia. Cuando los hijos abandonan el hogar familiar e inician su vida autónomamente, la familia se enfrenta no solo al hecho de la pérdida, sino también al hecho de un cambio en la posición de rol. Hasta ese momento, la parentalidad había ocupado gran parte del escenario y ahora se pierde y, por ejemplo, puede colocar en un primer plano la relación con la pareja (en caso de que la haya). Por tanto, va a ser necesario renegociar la relación y los roles de cada uno.


En ese momento, no estarán en juego únicamente los recursos individuales de los hijos que son los que se marchan, sino los de todos los miembros de la familia, los cuales unas veces facilitarán el proceso y otras lo dificultarán. Quizá a priori pueda verse como un hecho desagradable al que sus miembros no sepan cómo hacerle frente; pero en realidad, invertir los esfuerzos y recursos en adaptarse a esa nueva situación e intentar resolverla de manera adaptativa para conseguir de nuevo el equilibrio y funcionalidad del sistema. Aunque puede suponer un gran desafío, también es una oportunidad de cambio que permita al sistema en su conjunto crecer y evolucionar. En estos momentos de transición es cuando existe un alto riesgo de que aparezcan determinados problemas en algún miembro poniendo de manifiesto las dificultades familiares para superar esta crisis.


Continuando con el caso de la etapa de independencia de los hijos, por ejemplo, la madre o el padre pueden reaccionar emocionalmente desarrollando lo que en un lenguaje de andar por casa se conoce como “síndrome del nido vacío” en el que la soledad, la tristeza y, como bien indica el nombre, la sensación de vacío son los protagonistas principales. Si este conjunto de emociones desagradables (entre otras) y consiguientes comportamientos se mantienen en el tiempo e impiden funcionar en el día a día, puede desencadenar otras problemáticas más graves.

Sin embargo, algunas familias sufren situaciones imprevisibles como puede ser la detección de una enfermedad o la pérdida de uno de los miembros familiares en un momento no normativo. En estas situaciones aparecen nuevos retos y nuevos momentos de crisis que requieren de evaluaciones específicas.

Por mucho que duela, y perdóname si estas palabras suenan con demasiada dureza, estas situaciones son necesarias y nos permiten identificar la manera en que cada uno de los miembros del sistema reacciona a esa situación y cómo la afronta. El hecho de permanecer estable no es suficiente para sobrevivir: es necesario evolucionar en el tiempo, ser capaz de adaptarse, cuando es indispensable, a los cambios requeridos por las presiones internas o externas del sistema.



Jessica Esteban Arenas, psicóloga de PSICARA

42 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page