Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Hoy me gustaría abrir contigo el melón de la soledad, pues han sido numerosas las veces que la he escuchado en boca de personas que se encuentran desconcertadas ya que expresan estar rodeadas de seres queridos, elegidos y familiares, con las que se sienten desconectadas. ¿Cómo puede ser esto posible? No creo que haya una respuesta única a esta pregunta, de hecho es difícil dar con la certeza que explique este sentir, pero quiero compartiros algunas ideas al respecto para sembrar la semilla de la reflexión.
La soledad no deja de ser una emoción que aparece, no siempre cuando la lógica lo dicta, sino también cuando el “corazón” lo siente. Por ello, tratar este tema desde la razón, a veces no será posible, pues entraña mucho más que una mera concatenación de actos, voluntarios o involuntarios, que den explicación a este sentir.
Muchos pensarán en la soledad en términos sociales, sin embargo, no es el único tipo de soledad que puede manifestarse. Algunos autores también mencionan la soledad emocional. La soledad social surge cuando una persona siente que no pertenece o que carece de un grupo o red social significativa, mientras que la soledad emocional ocurre cuando la persona siente que carece de una relación cercana e íntima, como un amigo cercano o una pareja. Ambas formas pueden coexistir o presentarse de manera independiente y afectar de igual manera al bienestar emocional y físico de cualquiera.
El hecho de sentirnos solos aun estando acompañados tal vez se explique en gran parte por la manera en que interpretamos nuestras relaciones. La soledad no siempre está relacionada con la cantidad de interacciones, sino con la calidad de estas y la conexión emocional que sentimos. De hecho, encontramos que uno de los factores más influyentes en este sentido es la comunicación auténtica. La capacidad de compartir emociones, deseos y temores profundos en un entorno seguro genera sentimientos de cercanía que, si están ausentes, pueden llevarnos a sentirnos desconectados. A nivel inconsciente, buscamos validación y comprensión en nuestras relaciones; sin estos elementos, nuestras interacciones pueden sentirse vacías y poco satisfactorias, lo que deriva en una percepción de soledad.
Otro factor destacable que se menciona al respecto es la autoimagen. Cuando las personas enfrentan desafíos emocionales o conflictos internos, pueden experimentar una sensación de aislamiento que no tiene que ver con el exterior, sino con su percepción de sí mismas. Este puede ser el caso de quienes pasan por una crisis de identidad, como suele suceder en la adolescencia, al cumplir “los 40” o “los 50”, o durante la jubilación, momentos en los que parece común cuestionarse el sentido de la vida y el propio valor personal.
En la adolescencia y la juventud, la búsqueda de la identidad es un proceso complejo que lleva a muchos jóvenes a sentirse desconectados de su entorno. Este es un momento de autodescubrimiento, de formación de personalidad y valores. Las expectativas sociales y la presión de pertenecer a un grupo pueden generar soledad cuando no se logra una integración completa; Valeria es una joven que siempre ha sido extrovertida y sociable, pero desde que empezó la universidad en otra ciudad siente que nadie la entiende realmente y que sus nuevas amistades son “superficiales”.
La vida adulta es una etapa de constantes responsabilidades: trabajo, familia, compromisos y el establecimiento de rutinas. Aquí, la soledad suele surgir cuando se priorizan otros aspectos de la vida sobre las relaciones personales. Puede darse con mayor probabilidad un distanciamiento de nuestras amistades o que las relaciones pierdan la intensidad que tenían antes; Mario, de 35 años, es padre de dos hijos y trabaja largas horas en una empresa. A pesar de compartir su hogar con su familia, siente que las responsabilidades lo han distanciado de sus amigos.
En la tercera edad, la soledad a menudo aparece con el cambio de ritmo de vida que implica la jubilación o la partida de los hijos del hogar. Muchas personas mayores experimentan una especie de duelo por la pérdida de sus roles anteriores. Esto, sumado al cambio de salud y la pérdida de seres queridos, puede intensificar la sensación de aislamiento; para Damián, de 70 años, la soledad se volvió más fuerte después del fallecimiento de su mujer. Aunque tiene hijos que le visitan frecuentemente, el vacío emocional es algo con lo que vive día a día.
A pesar de todo ello, no debemos olvidar que la soledad, aunque dolorosa, puede ser también una experiencia transformadora con el enfoque adecuado. La forma en la que afrontemos este sentir determinará, en gran medida, lo que se despierte en nosotros y hacia dónde dirigiremos nuestras decisiones. Partiendo de esta última idea, me gustaría compartirte algunas “claves” que pueden ayudarnos a enfrentarla de forma más adaptativa (aunque en ningún caso cuentan con el efecto “varita mágica” que acabe con el dolor que esto nos pueda producir):
La conexión auténtica: como antes mencionaba, es importante priorizar relaciones profundas y significativas sobre la cantidad de interacciones sociales. El primer paso es identificar y valorar aquellos vínculos en los que se pueda confiar para compartir emociones y experiencias sin temor al juicio; y si todavía no los has encontrado, nunca es tarde para conocer gente nueva. Como muchas veces he escuchado decir, “mejor calidad que cantidad”.
Reconocer nuestros intereses y hobbies: la soledad a menudo se combate al encontrar actividades que nos den un sentido de propósito y satisfacción. Actividades como el arte, el deporte o la lectura permiten una gratificación personal que fortalece el bienestar emocional.
Cuidar el diálogo interno: la forma en que pensamos sobre nosotros mismos influye, irremediablemente, en cómo nos sentimos. Detectar pensamientos destructivos o excesivamente autocríticos para darles una forma diferente, desde el plano consciente, más amable y compasivo, es fundamental para evitar que la soledad nos lleve a una espiral de malestar.
Llegados a este punto del artículo, me gustaría decirte simplemente que la soledad es una experiencia humana inevitable, al igual que cualquier otra emoción. En algún momento todos la experimentaremos si no lo hemos hecho ya. Lejos de ser una señal de debilidad o de fracaso, es una emoción que puede guiarnos hacia el autoconocimiento y la reconexión con lo que realmente valoramos; nos invita a dar importancia a lo que es importante, y esta cuestión es muy personal. Comprenderla, entonces, es el primer paso para dejar de temerla, aceptarla y aprender a “escucharla” de una forma que nos permita crecer y fomentar nuestro bienestar.
Para dar cierre, quiero mencionar la importante labor que se hace desde el programa Acompañando-T, en la ciudad de Teruel, donde se invita a la población a levantar la mano y pedir ayuda ante el sentimiento de soledad, buscando involucrar a esas personas que lo necesitan tanto en su entorno como en la sociedad; ¡Gracias!
Carla Barros Sánchez, Psicóloga en PSICARA
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