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"MI*RDA, ¡LA MASCARILLA! (Y OTROS DESPISTES)"

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.


Probablemente, si no lo has vivido en primera persona, conocerás a alguien que en más de una ocasión ha tenido que volver a casa por haber olvidado la mascarilla. Sí, admito que a mí me pasa con frecuencia. Esto hace que me asalten preguntas como: “¿voy con el piloto automático todo el día?”, “¿vivo con más prisa y estrés del que debería?”, “¿realmente soy tan despistada?”. No parece excesivamente preocupante, sin embargo, al ejemplo de la mascarilla se le pueden sumar otras variantes como olvidar las llaves dentro de casa o no saber con seguridad si cerré el coche la última vez que aparqué. Por tanto, veamos qué tiene que aportar la Psicología a estos descuidos cotidianos y, dicho sea de paso, tan comunes en la población.


Daniel Gilbert, psicólogo e investigador de la Universidad de Harvard, encontró que las personas pasamos casi el 47% del tiempo de vigilia despistados, divagando. Esto nos sugiere que, quizá, los pequeños lapsus cotidianos sirvan para algo en nuestras vidas, es decir, cumplan una función.


Popularmente podemos tratar estos despistes como errores o fallos de nuestra memoria, sin embargo, no siempre lo son. La neurociencia ha revelado que los seres humanos, para adaptarnos adecuadamente, seguimos un orden progresivo: primero percibimos los estímulos que nos rodean, posteriormente les prestamos atención y más tarde tratamos de memorizarlos. Por esta razón, cabe la posibilidad de que el despiste no necesariamente resida en la fase de memorización sino en alguna fase anterior, por ejemplo, en la atención.

Por tanto, si los procesos atencionales se ven alterados o dañados, otros recursos cognitivos como la memoria, pueden resultar en consecuencia comprometidos.


La atención es concebida de diferentes maneras en función del autor o autora al que hagamos referencia; algunos la entienden como un filtro, otros como un esfuerzo… En cualquier caso, se trata de un concepto sumamente complejo. Debido a que en la actualidad no existe una definición única o una teoría que pueda recoger todos los datos disponibles, la atención se divide en componentes más simples que facilitan su estudio.


Siguiendo a las autoras Sohlberg y Mateer, quienes observaron a pacientes con daño cerebral, la atención quedaría desglosada de la siguiente manera:

Atención focalizada: Se trata de la habilidad para enfocar la atención a un estímulo y responder ante éste. Podemos atender estímulos externos, como un ruido, o internos, como tener sed.

Atención sostenida: Hace referencia a la habilidad para mantener una respuesta ante una actividad o estímulo durante un largo periodo de tiempo. Cuando vemos una película hacemos uso de este tipo de atención.

Atención selectiva: Se refiere a la capacidad para seleccionar información relevante, discriminando otros estímulos que se encuentran alrededor. La realización de un examen, situación en la que hacemos caso omiso a otros distractores, es un ejemplo de atención selectiva.

Atención alternante: Consiste en la flexibilidad mental que permite cambiar el foco de atención entre tareas que requieren respuestas cognitivas diferentes. Este tipo de atención está presente en muchas de las actividades de la vida diaria, como tomar apuntes en clase, pues la atención debe alternar entre escuchar al profesor y anotar las ideas más importantes.

Atención dividida: Implica responder simultáneamente a múltiples tareas, es decir, distribuir los recursos atencionales entre diferentes tareas al mismo tiempo. Cuando un trabajador del supermercado resuelve una duda del cliente mientras pasa los productos por la caja, está haciendo uso de su atención dividida.


La atención es relativamente estable a lo largo del tiempo. Por ejemplo, mientras estás leyendo este artículo, posiblemente también estés oyendo una conversación de fondo, estés sintiendo una leve brisa que entra por la ventana o te esté asaltando un pensamiento que te recuerda que debes comprar el pan. Sin embargo, una parte más voluntaria de esa atención hace que te mantengas en la lectura. Esto es lo que pasa de forma constante; recibimos una gran cantidad de estímulos, en cambio, solo fijamos nuestra atención en algunos de ellos.


Algunos obstáculos que pueden interferir en el proceso de focalización de la atención son la sobrecarga de trabajo y la sobrecarga emocional. Cuando nos encontramos en una situación que nos desborda, nos resulta problemática o nos preocupa, es común que nuestra capacidad atencional se vea mermada, y por ende, nuestra memoria. En estos casos, nuestra mente selecciona lo que más le interesa y olvida otras cosas menos importantes en ese momento.


Si cuando me dispongo a salir de casa observo en el reloj que llego tarde al trabajo, no encuentro la chaqueta que quería ponerme, recibo un WhatsApp importante y a todo esto le añado que todavía no he creado un hábito del uso de la mascarilla, tendré todas las papeletas de que ésta se me olvide. No obstante, olvidar la mascarilla en momentos puntuales, especialmente de elevado estrés, ansiedad o cansancio mental, no quiere decir que exista un problema de memoria. De hecho, este mecanismo del cerebro nos ayuda a adaptarnos y, probablemente, muchas de las distracciones cotidianas que vivimos estén más relacionadas con la prioridad que otorgamos a los estímulos que nos rodean. Y recuerda, si ahora mismo te encuentras a punto de salir de casa, trata de prestar atención para que en la escalera no resuene un: “Mi*rda, ¡la mascarilla!”.



Berta Maté Calvo

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