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NADIE QUIERE HABLAR DE LA VERGÜENZA

Bienvenidas y bienvenidos al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.


Pues no, nadie quiere hablar de la vergüenza. Porque hablar de ello, de por sí, genera vergüenza. Y como ya hemos visto otras veces, experimentar emociones desagradables no es algo que de primeras a la gente le atraiga, por tanto, tendemos a evitarlo.


Y, ¿por qué evitar algo desagradable, como una emoción, no es adecuado? ¿acaso no tiene lógica? El problema principal aparece porque a las emociones, a todas, desde las más apetecibles y agradables hasta las más incómodas, les gusta ser nombradas y validadas. Existen estudios científicos que aseguran que poner palabras a lo que sentimos genera cambios en nuestro cerebro reduciendo su activación. Es decir, es tan importante identificar lo que sentimos porque nos ayuda a entrar en un estado de reposo o de calma.


Ahora bien, conectar con aquellos sucesos que a una persona le han generado vergüenza puede no ser una tarea fácil. La vergüenza es universal (y en su mayoría de veces, dolorosa). Todas las personas la hemos sentido en algún momento. Recalco: todas las personas. Quizá por diferentes motivos, pero todos hemos vivenciado un rechazo, una exclusión, cometer un error o una negativa ante una propuesta que planteábamos. Para reducir el impacto que la vergüenza provoca en nuestro ser debemos aprender sobre ella.


Algunos autores proponen categorizarla: por un lado, la vergüenza útil, por otro lado, la vergüenza tóxica.


La vergüenza útil es esa que ayuda, que nos permite convivir con otros seres humanos y que es indispensable para la vida en sociedad. La voz interna que dice: “esto no lo vuelvas a repetir, te has pasado tres pueblos”. Es saludable y evita que seamos insensibles ante el resto de la comunidad.


Sin embargo, la vergüenza tóxica no es necesaria para nosotros y, de hecho, viviríamos mejor sin ella. Esta voz interna se caracteriza por un discurso dañino y con escaso margen de aprendizaje, su discurso suena así: “soy malo, horrible, no soy suficiente, no merezco ser querido”. Lamentablemente existe y habita en algunos de nosotros, siendo una parte importante del sufrimiento humano. Nos oculta y cohíbe de algún modo, ya que nos hace creer que hay una parte de nuestro ser que es mejor no mostrar.


Un matiz que debemos tener muy presente es que no nacemos con vergüenza; la aprendemos. Sobre todo en las experiencias de rechazo. Cuando me acerco hacia una persona para proponer una actividad y me encuentro con un “no”, (especialmente si es despectivo, acompañado de insultos y sin que la otra persona tenga la intención de reparar el daño causado), se activa en mí la emoción de vergüenza. Pero esto es solo un ejemplo, a cada persona le generan vergüenza cosas distintas. No obstante, el denominador común que compartimos todos es que cuando se activa la vergüenza, posiblemente, sentirás un impulso de protegerte o esconderte.


He aquí un ejemplo: mi amiga Marta temía que los demás la percibieran como demasiado intensa. “Marta es muy intensa”, le decían algunas personas de su entorno. De esta forma, Marta internalizó que sus necesidades emocionales saturaban al resto y que, por tanto, no estaban bien. Como adulta, cuando construyó un círculo social más afín a ella, intentaba confiar en las palabras de su pareja y amigos que le aseguraban que esta “intensidad” no era un problema, pero no podía dejar de sentirse mal consigo misma. La vergüenza que sentía, a parte de distanciarla de personas que eran importantes para ella, también le generaba resentimiento y frustración ya que le dificultaba cubrir sus necesidades emocionales. La vergüenza le impedía distinguir que su pareja actual y grupo de amigos eran personas diferentes que no se correspondían con aquellos que en su pasado habían generado esta herida emocional.


Todos reconocemos la mirada hacia abajo y la cabeza gacha, propias de la vergüenza. Normalmente, evitamos el contacto visual en un intento de que los demás no generen una imagen negativa de nosotros.


Debemos distanciarnos de nuestra vergüenza para sanarla. Invito a los lectores a hacer una revisión interna, haciéndose preguntas como: “¿Muestro quién soy?, ¿me estoy reprimiendo?, ¿me permito recibir ayuda de los demás?, ¿y halagos, cariño, alegría?, ¿me siento pequeño o grande? En ocasiones la vergüenza provoca que ignoremos emociones agradables que nos hacen sentir “grandes” o expandidos para mantener el estado de protección en el que nos vemos pequeños y pasando desapercibidos.


También nos puede ayudar conocer nuestros puntos débiles, es decir, aquellas situaciones en las que nos cuesta diferenciar entre lo que verdaderamente está ocurriendo y lo que es el pasado proyectándose en el presente. Puede que no sepas evaluar si tienes una vergüenza útil o tóxica. En este caso, puedes ayudarte del criterio de otras personas de tu confianza que te darán su opinión y podrán ayudarte a valorar la situación. Por ejemplo, compartir con mis amigos que creo que hago demasiadas preguntas y escuchar sus opiniones diciéndome que eso no es así y que en ningún momento resulta incómodo, me ayuda a mitigar la vergüenza que tengo en algunas ocasiones cuando muestro un interés real y genuino en la gente de mi alrededor.


Por último, me gustaría recoger algunas pautas que pueden ser necesarias a la hora de trabajar la vergüenza:


1. No nacemos sintiendo vergüenza de nosotros, la aprendemos. Y los aprendizajes no son elegidos, simplemente vienen, pero cuando crecemos, se pueden modificar.


2. Podemos aprender herramientas que nos ayuden a lidiar con la vergüenza, por ejemplo el manejo del rechazo. Desarrollar una autoconfianza sólida nos ayudará a asumir riesgos saludables y a no tener que escondernos.


3. Podemos elegir la red de personas que queremos con nosotros, gente que nos quiera y acepte tal y como somos. Un círculo donde expresar éxito y fracaso de manera segura, sin juicios, con respeto incondicional.


4. Podemos entrenar para hacer un hueco cada vez más grande a emociones como el orgullo, la satisfacción con uno mismo y la alegría dentro de nuestro ser.


5. Podemos ofrecerle compasión a nuestra parte herida y avergonzada, sin negarla, sin rechazarla, pero ofreciéndole el espacio que le corresponde, impidiendo que tiña todas las esferas de nuestra vida.


Ayudarnos a localizar y validar nuestras emociones, dándoles el espacio que se merecen, nos acercará a tener un mundo interior más saludable. El primer paso para poder saber cómo gestionar lo que sentimos, es saber qué sentimos. Hablemos de la vergüenza, pongámosle nombre y apellidos y no permitamos que nos silencie ni que sea ella quien hable por nosotros.



Berta Maté Calvo, psicóloga de PSICARA


Referencias bibliográficas:

Jacobs Hendel, H. (2020) No siempre es depresión. Eleftheria.

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