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RESPONSABILIDAD AFECTIVA

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Esta semana ponemos sobre la mesa un concepto que en los últimos tiempos ha resonado con más fuerza y que es básico y esencial cuando hablamos de las relaciones interpersonales: la responsabilidad afectiva.


Cada uno de nosotros sujeta una mochila que vamos llenando de experiencias vitales, situaciones, aprendizajes, recuerdos, estrategias de afrontamiento, estilos educativos y de apego, manejo de emociones, etc. Todo esto, que influye en la gestación de nuestros rasgos de personalidad y queda reflejado en nuestro patrón de conducta, ha de ser entendido dentro del contexto en el que sucede. Y es que, como seres humanos que somos, nacemos con la necesidad intrínseca de estar en contacto con los demás y desarrollarnos en un contexto social, por lo que, todo lo que hay dentro de esa mochila conforma nuestra forma de ser y de relacionarnos. Está claro que hemos de aceptarnos y aceptar a la otra persona con toda su historia, su sistema de procedencia, sus virtudes y defectos. ¿Pero hasta qué punto refugiarnos en el “es que yo soy así” nos protege? ¿Acaso ese argumento lo justifica todo?


Para construir relaciones interpersonales sanas, ya sea con nuestra familia, amistades, pareja afectiva y/o sexual, compañeros/as de clase, del trabajo, etc. hemos de cuidar ese vínculo para que sea seguro, íntegro y satisfactorio. Y eso requiere tiempo, energía y esfuerzo.


¿Qué es la responsabilidad afectiva?


Responsabilizarnos afectivamente es cuidar los vínculos que construimos con otras personas, es entender que tanto lo que hacemos y decimos como lo que no hacemos y no decimos tiene un impacto, un efecto que repercute en los demás. Supone hacernos cargo de nuestras palabras, actitudes, emociones, errores, acciones, etc. en nuestras relaciones sociales: yo me hago cargo de mis actitudes y comportamientos y no te dejo solo en la gestión de lo que sucede en nuestra relación. No vale escondernos en el “es que yo soy así, si te afecta te lo trabajas tú”, como dejando la responsabilidad de todo en la otra persona y siendo conscientes de que eso que estamos haciendo o el cómo lo estamos haciendo está causando un daño en el otro. Componentes clave:


*Autoconocimiento. Si primero trabajamos la relación con nosotros mismos, sabiendo qué queremos, qué no, qué necesitamos, cuáles son nuestros límites, etc., los vínculos que construyamos serán más sanos. La manera en la que nos relacionamos con nosotros mismos se refleja en la manera en la que nos relacionamos con los demás, y viceversa.


*Empatía. ¿Cómo puede sentirse la otra persona con mi actitud y mis palabras?


*Gestión emocional. Todas las emociones, incluso las más desagradables (frustración, ira, vergüenza, tristeza, miedo, inseguridad…) tienen una función, un para qué, solo hay que saber leerlo para aprender a gestionarlas. Suena fácil ¿no?, pues no lo es tanto. Decidir qué relación vamos a tener con estas emociones es una gran cuestión en la vida. No se le vencen, no desaparecen para siempre, sino que hemos de aprender a pilotar con ellas al lado. ¿Y cómo se hace eso? Dándoles espacio, identificando cuándo aparecen y analizando cómo las vivimos con el fin de poder trazar planes para manejarlas en la medida de lo posible.


Carmen está súper enfadada con su hija Victoria (emoción), siente ansiedad y parece que el corazón se le va a salir del pecho (síntoma físico), incluso piensa en cómo ha sido capaz de fallarle de esa manera (pensamiento). Ella lo ha identificado y el primer pronto hubiera sido entrar a discutir con su hija, pero sabe que eso reduciría su malestar momentáneamente ya que después esa discusión debilitaría el vínculo con su hija. Ha decidido esperar que la intensidad de su ansiedad disminuya y comentar lo sucedido con Victoria de una manera respetuosa con el fin de arreglar las cosas. Esta actitud no hace a Carmen más “fría o pasiva” ante la situación, sino que refleja cómo Carmen ha aprendido a manejar las respuestas de su ansiedad de una manera funcional para que no deteriore la relación con su hija.


*Validación emocional. Todas las emociones están alimentadas por alguna causa. Por eso es importante validarlas, porque no sabemos qué puede haber detrás. Es fundamental recoger la emoción que la otra persona nos está expresando y darle espacio a su desahogo y malestar. ¿Cómo podemos hacerlo? Con expresiones del tipo “Tienes derecho a sentirte así”, “Lamento que te sientas así, ¿hay algo que pueda hacer para ayudarte?”, “Entiendo que puedas sentirte así, lo raro sería que lo que me acabas de contar no te afectará”, “Estoy aquí para lo que necesites”.


*Comunicación asertiva. Consiste en respetar los derechos de la otra persona, pero defendiendo también los nuestros, desde el respeto. Expresamos lo que necesitamos y dejamos espacio para que el otro también lo haga. El hecho de decir las cosas calmadamente no quiere decir que no nos importen.

  • De lo que espero de la relación: “Me atraes mucho, pero no estoy en un buen momento para empezar algo serio contigo porque aun estoy elaborando el duelo por mi última ruptura”. O “Yo solamente estoy buscando sexo. Estoy teniendo citas con otras personas y no quiero malentendidos si me ves en la app, no quiero nada serio. Te lo comento porque quiero que haya honestidad entre tú y yo”.

  • De las necesidades: El argumento tan común de “Si te lo tengo que pedir ya no lo quiero” lo desmontamos enseguida porque te lo pediré ya que tú no puedes leerme la mente y diciéndotelo es la única manera de expresarte mis peticiones. “Sigo queriéndote y quiero estar contigo, pero ahora mismo necesito poder tener espacios de soledad. ¿Cómo lo podemos hacer para que tú también estés bien?”.

  • De las emociones: “Me ha molestado que me comentaras esto en la reunión con todo el equipo, me hubiera sentido más cómoda hablándolo contigo previamente a solas”.

  • De los conflictos: “Creo que en este momento las dos estamos muy alteradas. Creo que lo mejor será retomar la conversación cuando estemos más relajadas”. Y después abordar el conflicto.

  • De los límites:

“+Tía, ¿se puede saber qué pasó anoche? Te pasé captura de la conversación que estaba teniendo con Martina porque no sabía qué decirle… ¡y no me contestaste!”

“- Lo siento por no haberte respondido al whatsapp Lucía, a partir de las 21:00h. desconecto del móvil hasta la mañana siguiente. ¿Quieres contarme qué pasó?”.

  • De pedir disculpas cuando hemos cometido un error: Se trata de reconocer lo que se ha hecho mal, de conectar con las emociones y las necesidades del otro y de atenderlas en la medida de lo posible. “No fue apropiado el mensaje que te envié la otra madrugada, fue desde la impulsividad y no me paré a pensar en cómo podrías sentirte al leerlo. Lo siento.”


¿Esto significa que no habrá conflictos en la relación?


La respuesta es no. Los conflictos forman parte de las relaciones, son necesarios y nos permiten identificar la manera en que cada uno nos desenvolvemos cuando vienen “mal dadas”. Quizá a priori el conflicto pueda verse como un hecho desagradable al que no sepamos cómo hacerle frente; pero en realidad, invertir los esfuerzos y recursos en abordarlo, dejar un espacio a la comunicación, la empatía y el entendimiento, supone una oportunidad de cambio que nos permitirá crecer y evolucionar en la relación. Una relación social sana no es sana porque no haya conflictos, sino porque los conflictos que se dan son una oportunidad de cambio y evolución.


¿Qué no es responsabilidad afectiva?

  • Hacerse cargo de las emociones de la otra persona.

  • Invalidar las emociones del otro, minimizarlas o no permitir que las exprese. “Tampoco hace falta que te pongas así… no es para tanto”.

  • Ocultar información importante sobre lo que influya en la relación. (P. ej.: sentir algo por otra persona o saber que se quiere dejar la relación de pareja y no decirlo, y actuar pasando de la otra persona).

  • Poner excusas para no afrontar la situación. “Tío, buf me vas a matar, otra vez esta semana me va fatal quedar, tengo mucho trabajo y este finde ya tengo planes. Te digo algo”.

  • No respetar los límites negociados o no entender que las personas puedan cambiar de opinión con el tiempo y la evolución de la relación. “Cuando empezaste a trabajar dijiste que este era el trabajo de tus sueños. No entiendo por qué te quieres ir ahora…”.

  • Ilusionar a la otra persona cuando no se tiene interés por implicarse en la relación.

  • Desaparecer sin dar explicaciones (el famoso ghosting).

  • No atender la necesidad que la otra persona expresa y no hacer nada con ello.

  • El silencio castigador tras una discusión. (P. ej.: Diego y Daniel son colegas del barrio que han discutido. Diego ha interpretado que Daniel “la ha cagado” porque el otro día no le fue a recoger a la estación como todos los domingos. Diego se ha enfadado y desde entonces le ignora los mensajes, y cuando le responde lo hace con monosílabos. Él es consciente de que cuando se enfada reacciona así, a modo “castigo”, y sabe que en un par de días estará como si nada hubiera pasado).


¿Qué pasa cuando no nos hacemos cargo?


Corremos el riesgo de caer en dinámicas relacionales insanas y disfuncionales que conllevan una serie de consecuencias psicológicas como baja autoestima, culpabilidad, incertidumbre, confusión y/o duelo prolongado, entre otras.


¿Podemos trabajarla?


La respuesta es sí. Pero el cambio no funciona: “me doy cuenta de algo que no va y… cambio. ¡Ha ocurrido un milagro!” Pues no. Y es que, si no costara, ya lo habríamos hecho antes, ¿no? Hace falta currárselo. Persistir es la clave. Entender que no eres tú, sino que cambiar patrones cuesta mucho. Nos cuesta a todos. Y si necesitas ayuda para ello ¡pídela!


Opción 1: me doy cuenta y… no hago nada

Opción 2: me doy cuenta y… sí que hago, pero la cago. Y pienso… qué difícil.

Opción 3: me doy cuenta y… me rindo. Total, para volver a cagarla.

Opción 4: me doy cuenta y… lo vuelvo a intentar. Venga.

Opción 5: me doy cuenta y… veo que me sale un poquito mejor.

Opción 6: me doy cuenta y… persisto en el cambio. Persistir es la vía.

Opción 7: me doy cuenta y… no puede ser… la vuelvo a cagar.

Opción 8: me doy cuenta y… ahora sí.

Y así muchas veces.

Somos seres cambiantes y con esto, las relaciones también cambian, evolucionan. Es totalmente válido alejarnos de lo que no nos hace bien, dejar de querer algo que antes deseábamos o empezar a interesarnos por cosas diferentes. Alejarse no es tarea fácil y para eso es necesario parar, revisar, hacernos preguntas incómodas; esta es una manera de cuidarnos a nosotros mismos. Pero es crucial ser afectivamente responsables dentro de esas relaciones, independientemente de los cambios que se den en el camino.



Jessica Esteban Arenas, psicóloga de PSICARA

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