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Y TÚ, ¿QUÉ TAL TOLERAS LAS EMOCIONES DESAGRADABLES?

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En numerosas ocasiones hemos hablado de las emociones, pero hoy voy a dirigirte a ti, lector/a, hacia una mirada a tu interior emocional.


Previamente es relevante recordar que hay emociones agradables y otras desagradables. Las primeras pueden ser el amor, la alegría o la sorpresa agradable; las segundas serían algunas como la tristeza, el enfado, el asco, la culpa o la envidia. Unas nos gustan y otras no tanto, pero todas tienen su función. Si no te enfadases no podrías poner límites a aquello que no consideras justo; si no tuvieras culpa, nunca te retractarías de una mala acción y, por ende, no evolucionarías como persona en este sentido. Las emociones son funcionales en su justa medida, como la sal en las comidas. Mucha sal o poca nos resulta más desagradable que cuando el nivel de sal está ajustado.


Con este recordatorio de la funcionalidad de las emociones, vamos a iniciar esa mirada interna. Te hago una pregunta que espero puedas responder al final del artículo: en relación a tus emociones, ¿tienes mayor tendencia a pasarte de sal o a que te falte? Aunque suene un tanto extraño, quédate con esta pregunta.


Como he mencionado anteriormente, todas las emociones tienen su función y esta tiene lugar siempre y cuando seamos capaces de sostener esa emoción. ¿Qué quiere decir esto? Te pongo un ejemplo: cuando sentimos enfado por algo que nos ha ocurrido, pero somos capaces de mantenernos en calma, prestar atención, estar conectados/as con lo que ocurre y tenemos flexibilidad (evaluar todos aspectos de la situación y evitar estar en un estado de rigidez en el que no damos pie a otras posibles explicaciones de lo ocurrido). Este estado se llama “ventana de la tolerancia”. Para ser más concreta, te lo voy a exponer con el caso de María. A ella le ha enfadado que su compañero de trabajo Juan haya llegado tarde a una presentación de resultados que tenían que hacer en conjunto para la dirección de la empresa. Cuando María lo ve entrando tarde por la puerta siente enfado, pero es capaz de hablar con Juan manteniendo la calma y pidiéndole explicaciones de lo ocurrido, permaneciendo abierta a lo que Juan pueda decirle.


Este estado de tolerancia no lo mantenemos siempre, ya que dependiendo de la situación que nos ocurra, a veces nos disparamos y otras nos desconectamos emocionalmente.


¿Cómo puedes saber si te estás disparando y hay más sal de la que necesitas? Pues bien, cuando sientes agitación o inquietud por algo, se habla de un estado de desregulación. Ya no estás tolerando la emoción. Sería cuando María al ver a Juan entrando por la puerta, nota que “se está calentando de más” y su ritmo cardíaco aumenta, al mismo tiempo que lo hace su respiración y empieza a notar como el calor sube por su cuerpo. Como si de un termómetro se tratase. Un grado todavía mayor es el estado de híperactivación. Cuando la alteración y agitación son extremos y sientes una falta de control completa. Aquí aparecen las conductas de huir, pelear o las más impulsivas. En este estado estamos desbordados por completo. Todavía estamos más alejados de tolerar la emoción. Volviendo al ejemplo de María, sería cuando al ver a Juan, tras sentir ese calor corporal y aumento de respiración y ritmo cardíaco, le gritase, y con una comunicación agresiva, le exigiese una explicación.


Si vamos al estado emocional opuesto, ¿cómo puedes saber si te estás desconectando emocionalmente y el nivel de sal está por debajo de la que necesitas? Pues bien, en el primer momento también se habla de un estado de desregulación, aunque en este caso se caracteriza por una desconexión emocional, como si quisiéramos apagar las emociones que sentimos. Es una sensación de estar en una nube, como si empezásemos a congelarnos. En el caso de María, al ver a Juan entrar tarde y sentir enfado, prefiere evitar hablar de lo que siente porque teme que su conducta sea agresiva hacia él. A veces, está bien esperar un rato para que la intensidad emocional baje, pero María nunca llega a tener esa conversación, evitando sentir ese enfado, ya que “le saca de quicio” que Juan llegue tarde. Un estado de mayor congelación sería el llamado hipoactivación. En este estado las emociones no se escuchan y cuando ocurre alguna situación, le damos al botón de apagar directamente. No las dejamos entrar. Es cuando no somos capaces de leer lo que ocurre en el cuerpo. En el caso de María, es cuando no sabe que siente enfado, no es capaz de reconocer que tiene calor corporal y le aumenta la respiración y el ritmo cardíaco. María siente malestar pero se manifiesta como apatía o falta de energía, sin poder reconocer que es enfado, porque no puede tolerarlo.


Tanto con mucha sal como con poca, estamos viendo que no podemos usar las emociones de forma funcional. Tenemos que ser capaces de ajustar la sal. ¿Cómo lo hacemos con las comidas que preparamos? Practicando. Cuanto más cocinamos, más capaces somos de ajustar el punto de sal. Lo mismo ocurre con las emociones. A veces es inevitable estar fuera de la ventana de la tolerancia. Nuestra primera reacción a las situaciones que ocurren no es siempre la calma y el equilibrio, podemos alterarnos o desconectarnos, pero tenemos que reconocer en qué punto estamos para poder volver a ese estado de calma. Si no probamos el punto de sal, es más complicado acertar en la medida correcta que necesitamos. Para probar el punto de sal, primero tenemos que ser conscientes de que a veces podemos pasarnos o quedarnos cortos.


¿Ahora eres capaz de responderte? ¿Eres de echar más o menos sal a tus estados emocionales? Una vez que respondas a esto, ¿qué te ayuda a volver a tu estado de calma? ¿Andar, escuchar música, realizar respiraciones, hablar con alguien, un abrazo? A cada persona le puede funcionar una conducta u otra para volver a la ventana de tolerancia. Si te sientes incapaz de volver a ese estado de calma, los y las profesionales de la Psicología podemos orientarte.



Nuria Latorre, psicóloga de PSICARA.

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