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LA RABIA. EXTERNALIZACIÓN E INHIBICIÓN

  • Foto del escritor: PSICARA
    PSICARA
  • hace 9 horas
  • 5 Min. de lectura

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.


El psicólogo Manuel Hernández Pacheco dice lo siguiente en uno de sus libros: “Cuando pienso en la rabia, siempre me viene a la mente la segunda ley de la termodinámica: -la energía ni se crea ni se destruye, se transforma-”.


La rabia es una emoción de la familia del enfado. La finalidad de que aparezca es clara: nos protege. Se trata de una emoción defensiva; nos moviliza, sirve para expresar malestar, reclamar atención, poner límites, etc.


En nuestra etapa infantil, en función de cómo sea la relación con nuestras figuras de apego, podemos aprender diferentes formas de mostrar la rabia. Veamos un ejemplo:


Pensemos en un niño de 5 años que se ha perdido en un centro comercial. Sus padres, asustados, le buscan alrededor y gritan su nombre con el objetivo de ser escuchados y encontrar al pequeño. Al cabo de unos minutos, se escucha por megafonía que hay un menor en el punto de información y que se espera allí a los adultos responsables. Cuando los padres llegan, pueden ocurrir muchos escenarios, pero hablaremos de 3:


  • El niño se muestra asustado y enfadado por la situación. Los padres se acercan y le brindan seguridad hasta que se calma. Al rato, el niño estará haciendo otra actividad.


  • Los padres, que estaban muy preocupados, deciden comprarle un juguete para compensar el mal trago que ha tenido que pasar, incluso cuando continúa muy nervioso. Posiblemente, la asociación que el niño haga es que puede conseguir determinadas recompensas a través de sus reacciones emocionales.


  • Los padres llegan muy enfadados e iracundos, culpándole de haberse perdido y transmitiéndole que ha hecho algo malo. ¿Este niño se atreverá a mostrar sus emociones? No, se esconderá emocionalmente para protegerse y no ser agredido.


Por lo tanto, traduciendo este ejemplo a un nivel teórico, vemos 3 formas distintas de relacionarnos con la rabia (aunque pueden existir más):


  • En primer lugar, a hacerlo de forma adaptativa.

    Consiste en mostrar rabia cuando es necesario y calma cuando se consigue lo que se necesita y se retoma el equilibrio. El niño va aprendiendo a mostrar sus necesidades de manera adecuada, en un principio acompañado de las figuras de referencia, que ayudan a la regulación de las emociones, y cuando crecemos con nuestras propias estrategias de autorregulación.


  • A exagerar la rabia.

    Sucede si sirve para que se sienta atendido o valorado. El razonamiento sería: si no muestro mi rabia, seré ignorado. Lo peligroso de esto es que aprenda que es la única forma de pedir las cosas y que esa exageración de poder y fuerza, que genera miedo en los demás, se convierta en su forma de relacionarse.


  • A inhibir cualquier muestra de rabia.

    Se da si la intención es no ser una carga o molestia para los demás. En este caso, aprende a no expresar malestar por miedo a ser regañado o rechazado. También puede pasar que vea a sus cuidadores como personas a las que tiene que proteger y cuidar, por lo que dejará sus necesidades en un segundo plano, con tal de priorizar las de los demás.


¿Cuál es el riesgo de no aprender una forma funcional y saludable de gestionar la rabia? Que si no puede expresarse, tampoco desaparecerá por arte de magia. De hecho, puede ir acumulándose, puesto que la rabia continuará apareciendo en diferentes episodios de nuestra vida.


Corremos dos principales riesgos: explosionar o implosionar, y ambas conllevan poder dañar a los demás o dañarnos a nosotros mismos. Aunque existen diferentes formas de expresar la rabia, en este artículo nos centraremos en estas dos categorías:


  • Rabia externalizante: Ocurre cuando la emoción se manifiesta de forma evidente hacia fuera. En este caso, no hablamos de una rabia asertiva y bien gestionada, que sería la forma idónea de expresión, si no a una agresividad excesiva. Hace que la persona trate de parecer fuerte, con la mirada fija y la postura corporal grande y tensa para poder mostrarse poderoso y dominar al otro. En esta estrategia, generalmente, la culpa siempre es de los demás. A menudo, las personas que muestran así su rabia tendrán conflictos con otras personas.


  • Rabia inhibida: Aquí se expresa hacia dentro y puede dirigirse hacia la persona que la siente. No es adaptativa y no ayuda, de hecho, puede dañar al propio individuo. Es posible que corporalmente se reduzca el tamaño del cuerpo, los hombros estén encogidos, la cara sea de constricción o de dolor, etc. Posiblemente, transmitirá algo parecido a resignación y sumisión. Al contrario del apartado anterior, la persona tiende a culparse a sí misma. Tratan de controlar sus emociones y conductas, lo que genera una gran tensión, pues tienen que estar siempre alerta para no sentir vulnerabilidad. Algunas conductas representativas podrían ser: hablarse de forma muy dura, es decir, tener un autodiálogo hostil y castigador con uno mismo, buscar el aislamiento social y otros comportamientos autolesivos.


Quizá al leer estas líneas te sientas más identificado con una u otra forma, aunque también puede darse una oscilación entre ambas.


¿Cómo trabajar la rabia? A continuación, dejamos algunas anotaciones a tener en cuenta:


  • Analizar cuáles son las situaciones o estímulos que activan la emoción de la rabia. Una pista que nos puede ayudar es pensar en qué nos hace sentir atacados o rechazados.

  • Entender cómo aprendí a mostrar (o no mostrar) mi rabia porque, seguramente, en el pasado fue de utilidad. Sopesar si esa forma de gestión en el presente sigue siendo útil y deseable.

  • Darle un papel importante a nuestro pensamiento. Aunque la rabia es una emoción y, por lo tanto, no es un aspecto solamente cognitivo, nuestro pensamiento puede influir en la forma en la que la sentimos. Todos hemos experimentado el pensar en una situación que nos irrita e ir comprobando cómo, a medida que más pensamos en ello, más grande e intensa se vuelve la rabia. De la misma forma, también habremos experimentado cómo algunos de nuestros enfados, cuando estamos más serenos y podemos reflexionar, se han mitigado.

  • Recordar que ahora soy más mayor y que los adultos tenemos la capacidad de trabajar en nuestra “caja de herramientas” para desarrollar otras estrategias que vayan más alineadas con la situación actual y con lo que queremos conseguir.

  • Practicar para que, algo que es nuevo, pueda integrarse poco a poco. Sería como ir por el campo y querer hacer un sendero desde cero, tendremos que pasar por él una y otra vez hasta que el camino vaya quedando cada vez más marcado.


Harriet Lerner, en su obra “La danza de la ira”, recoge unas palabras de aliento para trabajar en la mejora de nuestra gestión:


“Podemos recuperar el poder que verdaderamente nos pertenece: el poder de cambiar a nuestro propio ser y tomar una nueva y diferente acción en nuestro propio beneficio.”


Berta Maté Calvo, psicóloga de PSICARA


Referencias bibliográficas:


Hernández, M. (2020). Apego, disociación y trauma. Trabajo práctico con el modelo PARCUVE, Desclée de Brouwer.


Lerner, H. (2017). The dance of anger. Mehta Publishing House.

 
 
 
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