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UN TROCITO DE MÍ PARA VOSOTROS: MI EXPERIENCIA EN TERAPIA

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, los psicólogos y psicólogas de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. El contenido de la publicación de hoy es mucho más personal que profesional, por ello mismo, me gustaría empezar presentándome: soy Berta.


Esta vez, quería usar este espacio tan valioso que tenemos para divulgar sobre Psicología, hablando desde “el otro lado de la mesa”, ahí donde se sienta el paciente. Por si te lo estás preguntando… la respuesta es sí. No solo soy psicóloga, sino que además llevo una etapa de mi vida siendo paciente.


Antes de seguir, quiero hacer una puntualización, pues el término “paciente” no es del todo de mi agrado, parece que tenga un matiz muy médico. Sin embargo, una persona paciente (en el sentido literal de la palabra) es aquella que tiene paciencia y, siendo honesta, creo que esta es una cualidad necesaria a la hora de embarcarse en un proceso terapéutico. Es fundamental la paciencia cuando riegas una planta cada día y no da sus flores inmediatamente, cuando cuidas a un amigo y lo mantienes durante años, cuando le enseñas a un niño una tarea que hace por primera vez, cuando sanas una herida en la rodilla y, por supuesto, cuando te adentras en terapia para observar desde otra perspectiva aquello que te pasa y no comprendes. Por lo tanto, sí, hablaré como paciente, como persona que con paciencia trabaja al lado del terapeuta.


Empezaré por la mitad. El día de Reyes de hace un par de años tuve un accidente de tráfico del cual, afortunadamente, salí ilesa. No sé muy bien si objetivamente fue un accidente grave, pero os aseguro que fue lo suficientemente impactante como para no querer volver a conducir. Perdí el coche viejito que heredaba de mi abuelo y lamenté profundamente CÓMO me pudo haber pasado esto a mí (más tarde aprendí lo inútil que era esa pregunta).

Aunque hasta ese momento nunca había estado en terapia, los aprendizajes que hice en la universidad sobre Psicología me llevaron a una conclusión clara que yo misma me repetía: “Los miedos, Berta, se enfrentan. Porque si no, tu vida se verá limitada y tendrás que depender, en parte, de que otros hagan por ti eso que tú no te atreves a hacer”.

Y yo, tan fan desde pequeñita de una vida adulta en la que me visualizaba plenamente autónoma e independiente, no tuve más remedio que armarme de valor y:


volver a conducir.

El accidente, aunque relevante en mi historia, no es lo más doloroso que viví. Quizá las miradas de desaprobación cuando una es niña, querer formar parte de un grupo y no saber cómo hacerlo, sentir que debería ser mejor de lo que era o no encontrar consuelo en un momento difícil quizá por no saber buscarlo bien, puede que sí sean la base de todo ese dolor nuclear que, como el resto de humanos, cargo en mi propia mochila de viaje.


Pero me di cuenta de que necesitaba ayuda en ese gran momento para el que nos preparan toda una vida: la incorporación al mundo laboral. Trabajar como psicóloga, eso que desde los 15 años quería que fuese el proyecto al que dedicarme, fue una buena ecatombe emocional. Ahí salió todo. Inseguridades, miedos, responsabilidades que no me correspondían, pánico al fracaso, una demostración constante (y agotadora) de mi valía profesional y un largo etcétera de castigos que me atribuí.

Y fue un día de esos, de no encontrarme, de sentir que cada día yo misma me empujaba a la jaula de los leones donde tenía que batallar, cuando cogí el teléfono y me puse en manos de mi primera psicóloga.

Aprendí mucho, os prometo que sí. Lloré todo el agua que había quedado estancada en mi vaso y, junto con mi terapeuta, generé una bomba de drenaje donde fui soltando el agua corrompida. Noté su calidez, su atención semanal, su buena intención queriendo comprender mi galaxia interior, en definitiva, le abrí las puertas de lo que llevaba dentro. Y me enseñó que eso era bueno, además de bonito, y por eso hoy puedo hacerlo ante todos vosotros.

Esta sensación de apertura personal con los demás alguien la definió con otras palabras que quiero rescatar, decía: “[…] abrirse en canal como una pieza de caza ante un desconocido es uno de los actos más valientes que existieron nunca”.


La finalidad con este artículo no es convencerte de que vayas a terapia (aunque sí de que es una buena opción). Hay otras intenciones: por un lado, quiero demostrarme que cada vez tengo menos miedo de hablar de mí (además, pienso lo duro que sería no poder hacerlo). También me gustaría que plasmar mi vulnerabilidad pudiera conectarme con otras personas que, por supuesto, también sufren y quizá no sepan dónde colocar todo ese dolor. Me gustaría que os llegara mi verdad porque creo que la necesitamos, especialmente en los momentos complicados y porque contar mi verdad es, de alguna manera, acercarme a la persona que quiero llegar a ser. Querría que, simplemente, si una parte interna y chiquitita de ti nota que la ayuda de un profesional sería una buena idea, la escucharas. Por favor, no la silencies con otras partes de ti que sienten vergüenza cuando piden ayuda o que creen que por sí mismas saldrán adelante. Puedes escuchar ambas, cuidar ambas y darte la oportunidad de probar algo nuevo.

Lo desconocido asusta y hablar de uno mismo más. Ir a terapia psicológica supone juntar ambos elementos, por tanto, la mayoría hemos sentido miedo e incomodidad antes de entrar en la consulta de nuestro terapeuta. Lo que te pasa es: normal.


No sé si este texto logra transmitir todo el bienestar que he sentido al escribirlo, pero alguien que decidió cuidarse os anima a que lo hagáis.

He empezado presentándome y me gustaría terminar con toda la gratitud que guardo hacia las psicólogas que caminaron conmigo y me ayudaron a coserme las alas.


Ánimo, fuerza y sigue. :)



Berta Maté Calvo, psicóloga de PSICARA



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